María Teresa Uribe de Hincapié
Dice Platón, en "el mito de
la caverna", que los hombres vivieron por mucho tiempo en un mundo de sombras, en una caverna
protectora y complaciente que, cual útero materno, mantendría cierto clima de
proximidad y de confianza, mundo natural restringido por los meros afanes de la
supervivencia biológica, pero al mismo tiempo pobre, miserable y oscuro, donde
los seres humanos permanecían encadenados, sentados en el suelo de la caverna y
de espaldas a la única entrada por donde a veces se filtraba alguna luz. Allí,
de espaldas a la realidad, sin capacidad para distinguir, diferenciar, conocer
e interpretar, permanecían los seres humanos sumisos y serenos, pero incapaces
de reconocer su propia situación de enclaustramiento y ceguera, así como de interrogarse
sobre sí mismos, sobre la condición humana y sobre las alternativas posibles
para construir aquello que llama Bobbio "la óptima república" o, en
otras palabras, el orden ideal de lo social, representado en un modelo ideal de
Estado, de Ley, de Polis que marcase el camino de la caverna a la ciudad, de la
oscuridad a la luz, de la supervivencia cuasibiológica a la acción voluntaria y
con sentido; es decir, el tránsito de la vida natural a la vida civil y política,
y a la cultura.
Finalmente, en el mito, alguno o
algunos deciden salir de la caverna, enfrentar la travesía por el desierto,
arriesgarse en el universo de lo desconocido e impredecible, abandonando las
certezas, las sombras familiares, los entornos conocidos que brindaban una
apariencia de seguridad, los viejos hábitos y las orientaciones prácticas, para
optar por ese lento y difícil recorrido en soledad, sin acompañamiento de
otros, sin mapa, sin brújula u orientación alguna, con unos ojos que acostumbrados a la oscuridad, se deslumbraban
con la intensidad de la luz solar. Desde las cimas de este nuevo saber
iluminado, desde sus claridades y transparencias, aquel que había podido salir
de la caverna, arrostrando múltiples peligros y dificultades, podía acceder al conocimiento
y comparar su suerte con la de aquellos que nunca se arriesgaron y que se
mantuvieron en la prisión de las tinieblas.
La primera parte del mito termina
aquí, pero los que hace tiempo trasegamos por estos desiertos de la disciplina,
nos sentimos más atraídos por la segunda parte, o sea por el retomo de la
ciudad de los dioses, por el regreso del mundo de las ideas a la vieja caverna,
con el propósito, dice Platón, de hacer partícipes a quienes se quedaron sobre las bondades de las
ideas, del conocimiento y del saber y de
su necesidad para lograr por fin la utopía de la óptima república. El viaje de
retorno según Platón, es tan azaroso y tan difícil como el de ida, pues para
quienes se atrevieron a abandonar el mundo de las sombras, resulta insufrible abandonar ese lugar armónico,
coherente y perfecto donde reinan las ideas,
donde se convive con la verdad, donde se respira el aire de la sabiduría, donde
ninguna sombra parece inquietar esa vida contemplativa, tan grata para aquellos
espíritus que se acostumbraron a la luz y a mirar el mundo desde las alturas, para
tener que enfrentarse de nuevo con las miserias y las mezquindades de la vida
natural.
Este doble imperativo de Platón,
de volver a la vivienda de los demás y ver en la oscuridad, le otorga al mito
un sentido de actualidad que bien vale
la pena explorar en sus múltiples direcciones. Volver, pensaba Platón, significa contribuir a la creación del mundo
de los hombres, hacerlos partícipes a todos ellos del conocimiento y el saber,
difundir las ideas de justicia y de bien, tarea asignada por el autor a los más
sabios y a los mejores y en lo fundamental, fundar el Estado y crear el espacio de la
política. Enfrentarse al aparente caos de la vida social y establecer un orden
que permitiese la convivencia y la justicia mediante la Ley y la acción política, o sea a
través de la participación de los hombres,
convertidos en ciudadanos, en los destinos comunes y colectivos.
La salida de la caverna y el
retorno a la Polis ilustran el periplo y los avatares de un saber muy viejo y de una ciencia muy nueva;
establecen también el sentido y el quehacer
de aquellos que se acogen a este campo de análisis; llaman la atención sobre el peligro de quedarse fascinados por el
mundo coherente y puro de las ideas, o
de dejarse atrapar por las inconsistencias del mundo de los mortales; es, en resumen, un llamado al conocimiento y un
retorno a la acción política con todo y
lo azaroso que eso pueda llegar a ser. Pero, además de fundar el orden de la política, la forma del Estado, el sentido de
la ley y el de la ciudadanía, el mito logra
también establecer
distinciones, espacios y clasificaciones, traza líneas de separación y ámbitos distintos para las
diversas actividades del quehacer humano, separando, por primera vez en la
historia, el mundo privado e intimo, llamado también Oikos, del espacio público o Polis, que
es precisamente el que atañe a las relaciones
políticas entre los sujetos de la acción.
La nueva Polis, aquella fundada
por la acción de los hombres en sociedad y regida por la ley, es algo más que una ciudad formada
por una aglomeración de viviendas y de
seres que se encuentran en el mercado para vender y comprar, la Polis es un espacio habitado con un centro
real y simbólico desde el cual se dirige la vida colectiva de los ciudadanos. Existe un
espacio periférico para vivir, crecer, reproducirse
e intercambiar productos y servicios; este es el espacio de lo privado, y un ámbito para la acción política separado
del primero, opuesto a él y que se desarrolla
en el centro, en el ágora o plaza pública donde se reúnen los ciudadanos para deliberar sobre los asuntos
que les son comunes y que les atañen a todos.
Esta primera distinción entre lo
público y lo privado es la que traza los primeros rasgos del orden político, su ámbito de despliegue,
su sentido, sus propósitos diferenciados
y los asuntos de los cuales debería ocuparse el saber sobre la política. Mas el
parteaguas de ambos mundos opuestos es precisamente la Ley. Según Hannah Arendt, en la antigüedad griega
la ley no era una serie de asuntos permitidos y prohibidos, tal como la
conocemos hoy; era algo así como una valla, una muralla, una línea divisoria, una frontera
entre los que estaban adentro y los que
estaban afuera, y estar dentro de la ley era estar en la Polis, dentro del
orden construido, pertenecer a su espíritu y actuar en consecuencia como
ciudadanos.
Los desarrollos posteriores de la
filosofía y de la ciencia política han formulado nuevas propuestas de distinción, han enfatizado
en la necesidad de ampliar el ágora, de
darles entrada a los excluidos, de universalizar derechos y libertades, o de
reconocer diferencias, han indagado sobre los fundamentos de la legitimidad de los gobernantes y sobre las razones éticas
y políticas de la obligación de obedecerles,
han dudado de la bondad de la ley, de la intrascendencia del mundo privado, y han propuesto modelos alterativos
de orden político donde el conflicto y la
guerra pudiesen tener también su espacio para la reflexión. En fin, se ha caminado mucho en los contenidos de la ciencia
política, en la definición sobre sus alcances y posibilidades, en sus
retóricas, en sus temáticas y sus formas de medición y análisis, pero lo que pretendo rescatar
acá, es que el mito de la caverna de
alguna manera es una invitación a la ciencia de la política, pues traza un primer
esquema de conocimiento y le otorga un sentido práctico y referido a la realidad, al quehacer de quienes incursionan
por estos terrenos.
Hay una frase en el relato
platónico, en el mito de la caverna, que me sigue pareciendo inquietante y que es precisamente la
que me permitiría continuar la historia,
prolongar el mito y encontrarle nuevas aristas a esa narración inagotable que ha fascinado desde siempre a la humanidad
y es la siguiente: cuando Platón les
dice a quienes han conocido el mundo de las ideas que deben retornar al melancólico mundo de las cuevas, añade un
imperativo más, les demanda que deben "ver
en la oscuridad"; y uno pudiera preguntarse: ¿por qué sería necesario hacerlo, si allí no habría nada digno de ser conocido,
si lo que ocurre por esos entornos es
equívoco, miserable y triste, si las ideas serían precisamente las herramientas
destinadas a derrotar las tinieblas y sacar a los seres humanos del encierro, de la ignorancia y aislamiento, si la
caverna está destinada a desaparecer
cuando se configure la Polis, qué es lo que habría que ver allí?
¿Que querría decir el autor con
eso de "ver en la oscuridad"? A mi juicio, hay una llamada para ocuparse también de ese magma
aparentemente indeterminado, azaroso y
contingente, de ese universo de quienes viven por fuera de la Polis, sin Ley y, por tanto en el desorden y
en el caos de la vida social. Preocuparse por ver en la oscuridad significaría que dicha condición
también puede ser objeto de conocimiento
y reconocimiento, que es preciso indagar sobre el sentido del desorden, sobre
las razones del caos, sobre sus lógicas y sus gramáticas, sobre lo que realmente ocurre y cómo transcurre la vida
de aquellos que por diversas circunstancias
estarían por fuera del orden creado por la Ley o en la periferia de la Polis, y preguntarse si así como
el orden tiene reglas, las tiene también el desorden, que sólo sería tal si se lo compara con
el primero, pero que puede tener regularidades,
permanencias, repeticiones y algunas certezas, sin cuyo conocimiento cualquier
orden pensado desde lo alto, desde las cumbres del saber y del conocimiento, y por tanto luminoso y
coherente, estaría condenado a fracasar,
porque sus constructores nunca lograron "ver en la oscuridad".
Me parece, o creo ver en la
narración platónica que ese imperativo de "ver en la oscuridad" es un llamado a la investigación,
a vérselas con las realidades de mundos imperfectos,
con las complejidades, con las contingencias, con los hechos y las palabras de los seres comunes y comentes;
este imperativo y el sentido general del
mito nos estaría diciendo que si bien las ideas, las teorías, las nociones y
conceptos son condiciones absolutamente
necesarias para acceder al campo de la
ciencia política, se quedan cortas y no serían suficientes si no se retorna al mundo de los simples mortales con
la intención de "ver en la oscuridad". Nos estaría diciendo además, que es necesario perder
el miedo al desorden, a las masas
soliviantadas, a los bárbaros y los ignorantes, a la chusma, a las multitudes y a esa plebe tan despreciada que estaría
simbolizando el riesgo permanente del retorno
al caos, pues "ver en la oscuridad" no es otra cosa que interpretar
lo que existe por fuera del dominio de
lo conocido y luminoso, y vérselas cara a cara con lo que realmente ocurre en la
vida social.
Entre otras cosas, esta sería una
bella definición para la investigación, investigar es intentar ver en la oscuridad, poner los
ojos en asuntos desconocidos o vistos desde
otra perspectiva, descubrir lo que estaba oculto, aquello que parecía irrelevante y nombrar el mundo con palabras
nuevas para lograr que otros las conozcan
y actúen en consecuencia; es decir, sin investigación, los estudiosos de los temas de la política sólo habrían hecho la
mitad del viaje del conocimiento.
Algunos analistas de la política
en nuestro medio, aprendieron muy bien sus lecciones en el mundo de las ideas, en la
morada de los dioses, pero al comparar esos modelos perfectos y armónicos con
lo que ocurre en estos universos de los simples
mortales, el resultado no puede ser otro que la desesperanza, el ensayo
fallido, el fracaso reiterado y la percepción de que la política es
deficitaria, el Estado incompleto y la ciudadanía un simple remedo de lo que
debería ser. En otras palabras, se
estaría repitiendo ad infinitum esa sensación que ya describía Platón en el mito, cuando nos narraba la
resistencia de los sabios para volver y su sentido de superioridad, al comparar su suerte
con la de aquellos que no habían abandonado
la caverna.
Mas el imperativo de "ver en
la oscuridad" estaría señalando precisamente que el exceso de luz, la prevalencia de modelos, el
prurito de enfatizar en lo que nos falta para llegar a ser, está escatimando la
posibilidad de ver la política tal como es y descubrir allí cómo es el Estado que se logró configurar
en estos países, cómo funciona
realmente, cuáles leyes lo rigen y hasta qué punto ellas definen el orden o contribuyen
al desorden: cómo se adecúa o se distancia la política de la sociedades que la soportan; qué incidencia tienen
las culturas y las historias en la configuración
de las dimensiones políticas, qué estrategias de ciudadanía se están configurando
en la lucha diaria por los viejos y los nuevos derechos, cómo se forman y se transforman las leyes y cómo se
relaciona todo esto con las violencias y
las guerras endémicas que cruzan estos territorios; en otras palabras, cuáles
son los órdenes sociales que perviven y
compiten entre sí por el dominio de las sociedades
en estas latitudes.
Para "ver en la
oscuridad" se requiere de un mínimo de sensibilidad política, pero también
entender que solo la crítica, el debate, la duda sobre los conocimientos
propios y los ajenos puede contribuir a
develar el ser de las sociedades, porque éstas se forman y se transforman precisamente
en la confrontación, la colisión y el choque
de prácticas e ideas, y porque, desde que Platón escribió su mito, el mundo está en discusión y pese a su afán y el
de muchos por encontrar la verdad, el bien y las rectas acciones, existen
posturas distintas que con buenas razones
argumentan lo contrario.
Es muy probable que no tengamos
los ojos acostumbrados a "ver en la oscuridad" de aquello que aún no ha terminado de nacer,
que no sepamos aproximamos a otras
maneras de hacer y representar la política, de pensar el Estado, de discurrir sobre sus límites y sus alcances, de entender
el sentido de los nuevos poderes, la naturaleza
de conflictos inéditos, las prácticas de actores tradicionalmente ausentes como es y descubrir allí cómo es el
Estado que se logró configurar en estos
países, cómo funciona realmente, cuáles leyes lo rigen y hasta qué punto ellas definen el orden o contribuyen al
desorden: cómo se adecúa o se distancia la
política de la sociedades que la
soportan; qué incidencia tienen las culturas y las historias en la configuración de las dimensiones
políticas, qué estrategias de ciudadanía
se están configurando en la lucha diaria por los viejos y los nuevos derechos,
cómo se forman y se transforman las leyes y cómo se relaciona todo esto con las violencias y las guerras endémicas
que cruzan estos territorios; en otras
palabras, cuáles son los órdenes sociales que perviven y compiten entre sí por el dominio de las sociedades en estas
latitudes.
Para "ver en la
oscuridad" se requiere de un mínimo de sensibilidad política, pero también
entender que solo la crítica, el debate, la duda sobre los conocimientos
propios y los ajenos puede contribuir a
develar el ser de las sociedades, porque éstas se forman y se transforman precisamente
en la confrontación, la colisión y el choque
de prácticas e ideas, y porque, desde que Platón escribió su mito, el mundo está en discusión y pese a su afán y el
de muchos por encontrar la verdad, el bien y las rectas acciones, existen
posturas distintas que con buenas razones
argumentan lo contrario.
Es muy probable que no tengamos
los ojos acostumbrados a "ver en la oscuridad" de aquello que aún no ha terminado de nacer,
que no sepamos aproximamos a otras
maneras de hacer y representar la política, de pensar el Estado, de discurrir sobre sus límites y sus alcances, de entender
el sentido de los nuevos poderes, la naturaleza
de conflictos inéditos, las prácticas de actores tradicionalmente ausentes de los espacios públicos y que
irrumpen para reivindicar derechos específicos
que en la práctica desafían la generalidad y la universalidad de estos derechos. Discutimos si están emergiendo
nuevas ciudadanías y declinando viejas soberanías sobre las cuales se soportaba
hasta hace muy poco el edificio del Estado-Nación,
y si se transformaron las fronteras, los límites, los espacios y los territorios que enmarcaban tradicionalmente el
viejo edificio de la ciencia política y esta
disciplina se ve abocada a nuevas travesías por el desierto, para reconstruir maneras de entender el mundo y transformarlo.
Bibliografía.
Hannah Arendt, La condición
humana, Barcelona, Seix Barral, 1974, p. 57.
* María Teresa Uribe de Hincapié.
Texto escrito en julio de 2004. La Profesora María Teresa es Socióloga de la Universidad
Pontificia Bolivariana de Medellín y Máster
en Planeación Urbana de la Universidad Nacional de Colombia - Sede Medellín-. Se ha desempeñado como docente en
el Departamento de Sociología de la
Universidad de Antioquia, ha sido coordinadora de distintos programas en los Institutos de Estudios Regionales y de
Estudios Políticos en la misma Universidad. Ha sido, además, investigadora y miembro de múltiples
comités y comisiones asesores locales y
nacionales, y ensayista con una abundante producción escrita publicada.
Nota: observar el video para socializarlo.
http://www.youtube.com/watch?v=-1Y9OqSJKCc&fb_source=message
Nota: observar el video para socializarlo.
http://www.youtube.com/watch?v=-1Y9OqSJKCc&fb_source=message
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