Historia de las ideas pedagógicas: Sócrates, Platón, Aristóteles


1. SÓCRATES: ¿PUEDE ENSEÑARSE LA VIRTUD SI LAS IDEAS SON INNATAS?
Sócrates (469-399 a.C.). Filósofo griego nacido en Atenas, fue considerado el fenómeno pedagógico más asombroso de la historia del Occidente. Su preocupación como educador, al contrario de los sofistas, no era la adaptación, la dialéctica retórica, sino despertar y estimular el impulso para la búsqueda personal y la verdad, el pensamiento propio y la escucha de la voz interior.
No le interesaban los honorarios de las clases sino el diálogo vivo y amistoso con sus discípulos. Sócrates creía que el autoconocimiento es el inicio del camino para el verdadero saber. No se aprende a andar en ese camino con el recibimiento pasivo de contenidos ofrecidos de fuera, sino con la búsqueda trabajosa que cada cual realiza dentro de sí.
Sócrates fue acusado de blasfemar contra los dioses y de corromper a la juventud.
Fue condenado a la muerte y, a pesar de la posibilidad de huir de la prisión, permaneció fiel a sí mismo y a su misión.
No dejó nada escrito. Lo que heredamos fue el testimonio de sus contemporáneos, especialmente el de su discípulo más importante, Platón.

LA IMPOTENCIA DE LA EDUCACIÓN
¿De dónde proviene que tantos hombres de mérito tengan hijos mediocres? Te lo voy a explicar. El asunto no tiene nada de extraordinario si consideras lo que ya dije antes justificadamente, que en esta materia, la virtud, depende de que no haya ignorantes para que una ciudad pueda subsistir. Si esta afirmación es verdadera (y lo es) en el más alto grado, considera, según tu parecer, cualquier otra materia de ejercicio o de saber. Supongamos que la ciudad no pudiera subsistir a no ser que todos fuéramos flautistas, cada uno en la medida que fuera capaz; que este arte fuera también enseñado por todos y para todos públicamente y, en particular, que se castigara a quien tocara mal, y que no se negara esta enseñanza a nadie, de la misma forma que hoy la justicia y las leyes son enseñadas a todos sin reserva y sin misterio, diferentemente de los otros menesteres —porque nosotros nos prestamos servicios de manera recíproca, supongo que como resultado de nuestro respeto por la justicia y por la virtud, y es por esto que todos estamos siempre dispuestos a revelar y a enseñar la justicia y las leyes— bien, en estas condiciones, suponiendo que tuviéramos el empeño más vivo de aprender y de enseñarnos unos a otros el arte de tocar flauta, ¿crees, de casualidad, Sócrates, me dijo él, que se vería con frecuencia a los hijos de buenos flautistas llevar ventaja a los de los malos? En cuanto a mí no estoy convencido pero pienso que aquel que tuviera un hijo mejor dotado para la flauta lo vería distinguirse, mientras que el hijo mal dotado permanecería en la oscuridad; con frecuencia podría suceder que el hijo del buen flautista se revelara como mediocre y que el del mediocre llegara a ser buen flautista; en fin, todos, indistintamente, tendrían algún valor comparándolos con los profanos y los que son absolutamente ignorantes en el arte de tocar flauta.
Piensa de esta forma, que hoy el hombre que te parece el más injusto en una sociedad sometida a las leyes sería un justo y un artista en esta materia, si lo comparáramos con los hombres que no tuvieron ni educación, ni tribunales, ni leyes, ni constreñimiento de cualquier especie para forzarlos alguna vez a preocuparse por la virtud, hombres que fueran verdaderos salvajes [...] Todo el mundo enseña la virtud de la mejor manera que le es posible, y te parece que no hay nadie que la pueda enseñar; es como si buscaras al maestro que nos enseñó a hablar griego; tú no lo encontrarías, e imagino que no tendrías mejores resultados si buscaras cuál maestro podría enseñar a los hijos de nuestros artesanos el trabajo de su padre, cuando se sabe que ellos aprendieron este menester de su propio padre, en la medida en que éste podía haberles enseñado, así como de sus amigos dedicados al mismo trabajo, de manera que ellos no tienen necesidad de otro maestro. Sócrates, según mi punto de vista, no es fácil recomendar un maestro para ellos, mientras que esto sería facilísimo en el caso de personas ajenas a toda experiencia; de igual forma, de la moralidad y de cualquier otra cualidad análoga. Es lo que sucede con la virtud y todo lo demás: por poco que un hombre supere a los demás en el arte de conducirnos hacia ella, debemos declararnos satisfechos.
Creo ser uno de éstos, y poder mejor que cualquier otro, prestar el servicio de hacer a los hombres perfectamente educados, y merecer por esto el salario que pido, o aún más, según la voluntad de mis discípulos. De este modo establecí la reglamentación de mi salario: cuando un discípulo termina de recibir mis lecciones, él me paga el precio que yo pedí, en caso de que él lo desee hacer; de lo contrario, él declara en un templo, bajo juramento, el precio que considera justo a mi enseñanza y nada más me dará.
He aquí, Sócrates, el mito y el discurso, según los cuales yo desee demostrar que la virtud podría ser enseñada y que ésa era la opinión de los atenienses, y que, por otro lado, no era de ninguna forma extraño que un hombre virtuoso tuviera hijos mediocres o que un padre mediocre tuviera hijos virtuosos: ¿no vemos que los hijos de Policleto que tienen la misma edad que Xantipo y Páralos aquí presentes, no están a la altura de su padre, y que lo mismo sucede con muchos hijos de artistas? En cuanto a estos muchachos no debemos apresurarnos a condenarlos, aún no dieron todo lo que prometen porque son jóvenes.

Platón, Protágoras, Sao Paulo, Maltese, 1965 [varias ediciones en español].

ANÁLISIS Y REFLEXIÓN
1. Para Sócrates, ¿cuál era el inicio del verdadero saber?
2. Haga una investigación sobre lo que significaban "ironía" y "mayéutica" en el método socrático.

2. PLATÓN: LA EDUCACIÓN CONTRA LA ALIENACIÓN EN LA ALEGORÍA DE LA CAVERNA
Platón (427-347 a.C.), principal discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles, fue un filósofo importante. Nacido en Atenas de una familia noble estuvo en contacto con las personalidades más importantes de su época.
Entre las diversas obras que dejó se destacan República, Alegoría de la caverna, El Banquete, Sofista, Leyes. A través de ellas formula la tarea central de toda educación: retirar el "ojo del espíritu" enterrado en el áspero pantanal del mundo aparente, en constante mutación, y hacerlo mirar hacia la luz del verdadero ser, de lo divino; pasar gradualmente de la percepción ilusoria de los sentidos a la contemplación de la realidad pura y sin falsedad. Para él, sólo con el cumplimiento de esa tarea existe educación, la única cosa que el hombre puede llevar a la eternidad. Para que se alcance ese objetivo es necesario "convertir" el alma,  encarar la educación como "arte de conversación".
En su utópica república todas las mujeres deberían ser comunes a todos los hombres. Para él las autoridades del Estado deberían decidir quién engendraría hijos, cuándo, dónde y cuántas veces.
Éstas y otras tesis controversiales de la obra de Platón no logran opacar su contribución perenne para la concepción del hombre occidental y de la educación.

ALEGORÍA DE LA CAVERNA


—Vamos a imaginar —dijo Sócrates— que existen personas viviendo en una caverna subterránea. La hendidura de esa caverna se abre a todo lo ancho y por ella entra la luz. Los habitantes están ahí desde su infancia, presos por las cadenas en las piernas y en el cuello. De esa forma ellos no logran moverse ni voltear la cabeza para atrás. Sólo pueden ver lo que pasa frente a ellos. La luz que llega al fondo de la caverna viene de una hoguera que está sobre un monte atrás de los prisioneros, allá afuera. Pues bien, entre ese fuego y los habitantes de la caverna, imagine que existe un camino situado en un nivel más elevado. Al lado de ese pasaje se alza un pequeño muro, semejante a la mampara detrás de la cual acostumbran colocarse los presentadores de marionetas para exhibir sus muñecos en público.
—Estoy viendo —dijo Glauco.
—Ahora imagine que por ese camino, a lo largo del muro, las personas transportan objetos de todo tipo sobre la cabeza. Llevan estatuillas de figuras humanas y de animales, hechas de piedra, de madera o cualquier otro material. Naturalmente, los hombres que las cargan van conversando.
—Creo que todo eso es muy raro. Esos prisioneros que inventaste son muy extraños —dijo Glauco.
—Pues ellos se parecen a nosotros —comentó Sócrates. Ahora dime: en una situación como ésta ¿es posible que las personas hayan observado, con respecto a sí mismos y a sus compañeros, otra cosa diferente a las sombras que el fuego proyecta en la pared frente a ellos?
— ¡De hecho —dijo Glauco—, con la cabeza inmovilizada por toda la vida realmente lo único que pueden ver son sombras!
— ¿Qué opinas? —Preguntó Sócrates—, ¿qué pasaría con respecto a los objetos que pasan por encima del muro, por fuera?
— ¡Pues lo mismo! ¡Los prisioneros sólo logran conocer sus sombras!
—Si ellos pudiesen platicar entre sí, estarían de acuerdo en que las sombras que estaban viendo eran objetos reales, ¿no es así? Además, cuando alguien hablara allá arriba, los prisioneros pensarían que los sonidos, haciendo eco dentro de la caverna, eran emitidos por las sombras proyectadas. Por consiguiente —prosiguió Sócrates— los habitantes de aquel lugar sólo pueden pensar que son verdaderas las sombras de los objetos fabricados.
—Es obvio.
—Piensa ahora en lo que sucedería si los hombres fueran liberados de las cadenas y de la ilusión en que viven cautivados. Si liberaran a uno de los presos y lo forzaran inmediatamente a levantarse y a mirar hacia atrás, a caminar dentro de la caverna y a mirar hacia la luz. Ofuscado, él sufriría, sin conseguir percibir los objetos de los cuales sólo había conocido las sombras. ¿Qué comentario piensas que haría si se le dijera que todo lo que había observado hasta aquel momento no pasaba de falsa apariencia y que, a partir de ese momento, más cerca de la realidad y de los objetos reales, podría ver con mayor perfección? ¿No te parece que se quedaría confundido si, después de señalarle cada una de las cosas que pasan a lo largo del muro, insistieran para que respondiera qué es cada uno de aquellos objetos? ¿No crees que él diría que las visiones anteriores son más verdaderas que las actuales?
—Sí —dijo Glauco—, lo que él había visto antes le parecería mucho más verdadero.
— ¿Y si forzaran a nuestro liberto a encarar la misma luz? ¿No crees que le dolerían los ojos y que, dando la espalda huiría hacia aquellas cosas que era capaz de mirar, pensando que ellas son más reales que los objetos que le estaban mostrando?
—Exactamente —asintió Glauco.
—Supón entonces —continuó Sócrates— que el hombre fuera empujado hacia afuera de la caverna, forzado a escalar la subida escarpada y que solamente fuera liberado cuando llegara al aire libre. El se quedaría afligido y enojado porque lo arrastraron de aquella forma, ¿no es así? Allí arriba, ofuscado por la luz del Sol, ¿tú crees que él lograría distinguir una sola de las cosas que ahora llamamos verdaderas?
—No lo lograría, por lo menos de inmediato.
—Pienso que él necesitaría habituarse para empezar a mirar las cosas que existen en la parte superior. Al principio, vería mejor las sombras. En seguida, reflejada en las aguas, percibiría la imagen de los hombres y de los otros seres. Sólo más tarde lograría distinguir a los mismos seres. Después de pasar por esta experiencia, durante la noche él estaría en condiciones de contemplar el cielo, la luz de los cuerpos celestes y la luna con mucho mayor facilidad que el sol y la luz del día.
—No podría ser de otra forma.
—Creo que por fin él sería capaz de mirar al sol directamente, y no más reflejado en la superficie del agua o sus rayos iluminando cosas distantes del propio astro. Él pasaría a ver el Sol, allá en el cielo, tal como él es.
—Así lo creo —dijo Glauco.
— A partir de ahí, razonando, el hombre liberto sacaría en conclusión que el Sol es el que produce las estaciones y los años, el que gobierna todas las cosas visibles. Percibiría que, en un cierto sentido, el Sol es la causa de todo lo que él y sus compañeros veían en la caverna. ¿No crees que, al recordar la antigua morada, los conocimientos que allá se producen y a sus antiguos compañeros de prisión, lamentaría la situación de ellos y se alegraría con el cambio?
—Con toda seguridad.
—Supongamos que los prisioneros se concedieran honores y elogios entre sí. Ellos darían recompensas al más astuto, a aquel que fuera capaz de prever el paso de las sombras, recordando la secuencia en que éstas acostumbran aparecer. Glauco, ¿tú crees que el hombre liberado sentiría celos de esas distinciones y tendría envidia de los prisioneros que fueran más honrados y poderosos? Por el contrario, como el personaje de Hornero, ¿él no preferiría "ser sólo un peón del arado al servicio de un pobre labrador", o sufrir todo en el mundo, a pensar como pensaba antes y volver a vivir como había vivido antes?
—Del mismo modo que tú, él preferiría sufrir todo a vivir de esta manera.
—Imagina entonces que el hombre liberado regresara a la caverna y se sentara en su antiguo lugar. ¿Al retornar el sol, él no quedaría temporalmente ciego en medio de las tinieblas?
—Sin duda.
— ¿Mientras estuviera con la vista confusa, él no causaría la risa de los compañeros que permanecieron presos en la caverna si tuviera que competir con ellos sobre la evaluación de las sombras? ¿Los prisioneros no dirían que la subida hacia el mundo exterior le había dañado la vista y que, por consiguiente, no valía la pena llegar hasta allá? ¿Tú no crees que, si pudieran, ellos matarían a quien intentara liberarlos y conducirlos hasta lo alto? ,
—Con toda seguridad.
—Toda esta historia, querido Glauco, es una comparación entre lo que la vista nos revela normalmente y lo que se ve en la caverna; entre la luz del fuego que ilumina el interior de la prisión y la acción del sol; entre la subida hacia afuera de la caverna, junto con la contemplación de lo que allá existe, y entre el camino del alma en su ascensión a lo inteligible. He aquí la explicación de la alegoría: en el Mundo de las Ideas, la idea del Bien es aquella que se ve por último y a gran costo. Pero, una vez contemplada, esta idea se presenta al raciocinio como siendo, en definitiva, la causa de toda la rectitud y de toda la belleza. En el mundo visible, ella es la generadora de la luz y de lo soberano de la luz. En el Mundo de las Ideas, la propia idea del Bien es la que da origen a la verdad y a la inteligencia.
Considero que es necesario contemplarla, en caso de que se quiera actuar con sabiduría, tanto en la vida particular como en la política.

Ribeiro, Jorge Claudio, Platao, ousar a utopia, Sao Paulo, FTD, 1988.

1. De acuerdo con Platón, ¿cuál es la tarea central de toda educación?
2. Explique lo que Platón pensaba sobre la democracia.
3. Anote las principales conclusiones a las que usted llegó al leer la Alegoría de la caverna y discútalas con sus compañeros.


3. ARISTÓTELES: LA VIRTUD ESTÁ EN EL TÉRMINO MEDIO
Aristóteles (384-322 a.C.) es, con Platón, uno de los más geniales filósofos griegos y el mayor sistematizador de toda la Antigüedad.
Nacido en Macedonia, a los 17 años ingresa en la Academia de Atenas donde permanece estudiando y enseñando durante 20 años, hasta la muerte de su maestro, Platón.
Contrario al idealismo de su maestro, Aristóteles predica de manera realista que las ideas están en las cosas, como su propia esencia. Es también realista en su concepción educacional; exponemos factores principales que determinan el desarrollo espiritual del hombre: "disposición innata, hábito y enseñanza". Con eso se muestra favorable a medidas educacionales "condicionantes" y cree que el hombre puede convertirse en una criatura más noble, así como puede convertirse en la peor de todas, que aprendemos haciendo, que nos hacemos justos actuando justamente.

LOS CARACTERES
Carácter de los jóvenes
Los jóvenes, merced al carácter, son propensos a los deseos y capaces de hacer lo que desean. Entre los deseos del cuerpo, la principal inclinación es para los deseos amorosos, y no logran dominarlos, Son inconstantes y rápidamente se aburren de lo que desearon; si desean intensamente, rápidamente dejan de desear. Sus voluntades son violentas pero no duraderas, exactamente como los accesos de hambre y de sed de los enfermos.
Son coléricos, irritables y generalmente se dejan arrastrar por impulsos. Los domina la fogosidad; porque son ambiciosos, no toleran ser despreciados, y se indignan cuando se consideran víctimas de la injusticia. Les gustan los honores, y aún más la victoria, pues la juventud es ávida de superioridad y la victoria constituye una especie de superioridad. [...]
Su índole es antes buena que mala por no haber presenciado aún muchas malas acciones. También son crédulos porque aún no fueron víctimas de muchos engaños. Están llenos de esperanzas prometedoras; se parecen a los que bebieron mucho vino, sienten calor como éstos, pero por efecto de su temperamento y porque aún no sufrieron muchos contratiempos. La mayor parte del tiempo viven de esperanzas porque éstas se refieren al porvenir, y los recuerdos, al pasado; y para la juventud el porvenir es duradero y el pasado breve. En los primeros momentos dé la vida no nos acordamos de nada, pero podemos esperar todo. Es fácil engañar a los jóvenes por la razón que ya dijimos, pues esperan fácilmente.
Son más intrépidos que en otras edades por estar más dispuestos a encolerizarse y propensos a esperar un éxito feliz de sus aventuras; la cólera hace que ignoren el temor, y la esperanza les infunde confianza; en efecto, cuando se está furioso no se teme a nada y el hecho de esperar una ventaja inspira confianza.
De igual forma se les avergüenza pues no sospechan que haya algo bello fuera de las prescripciones de la ley que fue su única educadora. Son magnánimos porque la vida aún no los envileció ni tuvieron la experiencia de las necesidades de la existencia. Por otra parte, considerarse digno de hechos audaces, es la magnanimidad, es el carácter de quien concibe grandes esperanzas. En la acción prefieren lo bello a lo útil porque en la vida se dejan guiar más por su temperamento que por el cálculo; actualmente el cálculo se relaciona con lo útil, la virtud con lo bello. Más de lo que sucede en otras edades, les gustan los amigos y los compañeros porque sienten placer de vivir en sociedad y aún no están habituados a juzgar las cosas con el criterio del interés, ni por consiguiente a evaluar a los amigos con el mismo criterio.
¿Cometen faltas? Éstas son más graves y más violentas, […] pues a todo le dan un tono excesivo: aman con exceso, odian con exceso, y del mismo modo se comportan en todas las otras ocasiones. Piensan que saben todo y defienden con valentía sus opiniones, lo que incluso es una de las cosas de sus excesos en todas las cosas. Las injusticias que cometen están inspiradas por la insolencia y no por la maldad. Son compasivos porque suponen que todos los hombres son virtuosos y mejores de lo que realmente son. Su inocencia les sirve de patrón para contrastar la inocencia de los otros, imaginando siempre que éstos reciben un trato inmerecido. En fin, les gusta reír, y de ahí el ser llevados a bromear, porque la broma es una especie de insolencia delicada. Éste es el carácter de la juventud.

Carácter de los viejos
Los viejos y aquellos que rebasaron la flor de la edad generalmente ostentan caracteres casi opuestos a los de los jóvenes; como vivieron muchos años v sufrieron muchos desengaños, y cometieron muchas faltas, y porque por regla general se fracasa en los negocios humanos, en todo avanzan con cautela y revelan menos fuerza de lo que deberían. Tienen opiniones pero nunca seguridades. Indecisos como son, nunca dejan de aumentar a lo que dicen: "tal vez", "probablemente".  Así se expresan siempre, no afirman nada de manera categórica. También tienen mal carácter, pues son desconfiados y fue la experiencia la que les inspiró esa desconfianza. Se muestran apáticos en sus afectos y odios, y eso por el mismo motivo; [...] aman como si un día debieran odiar y odian como si un día debieran amar.
Son pusilánimes porque la vida los abatió; no desean nada grande o extraordinario, únicamente lo suficiente para vivir. Son mezquinos porque los bienes son indispensables para vivir, pero también porque la experiencia les enseñó todas las dificultades para adquirirlos y la facilidad con la que se pierden. Son tímidos y todo les da miedo porque sus ánimos son contrarios a los de los jóvenes; están como congelados por los años, al paso que los jóvenes son ardientes. Por eso la vejez abre el camino a la timidez, ya que el temor es una especie de resfriado. Están apegados a la vida, sobre todo cuando la muerte se aproxima porque el deseo incide en aquello que nos falta y lo que nos falta es justamente lo que más deseamos. Son excesivamente egoístas, lo cual es incluso señal de pusilanimidad. Viven buscando solamente lo útil no el bien, y en ello también dan pruebas de exceso debido a su egoísmo, ya que lo útil es relativamente el bien para nosotros mismos, y lo honesto, el bien en sí.
Los viejos se inclinan más por el cinismo que por la vergüenza; como cuidan más lo honesto que lo útil, desprecian lo que los otros dirán. Son poco propensos a esperar, debido a su experiencia —pues la mayor parte de los negocios humanos sólo acarrean disgustos y efectivamente muchos son fracasados—, pero la timidez colabora igualmente para ello. Viven de recuerdos más que de esperanzas porque lo que les queda de vida es poca cosa en comparación con lo mucho que vivieron; pues la esperanza tiene como objetivo el futuro; el recuerdo, el pasado. Ésa es una de las razones de que sean tan habladores; pasan el tiempo martilleando con palabras los recuerdos del pasado; ése es el mayor placer que experimentan. Se irritan con facilidad, pero sin violencia; en cuanto a sus deseos, unos ya los abandonaron, otros están desprovistos de vigor. Por eso ya no están expuestos a los deseos que dejaron de estimularlos y los sustituyen por el amor de la ganancia. De ahí que se tenga la impresión de que los viejos están dotados de cierta sensatez; en realidad, sus deseos se debilitaron, pero están esclavizados por la codicia.
En su manera de proceder, obedecen más al cálculo que a la índole natural —dado que el cálculo anhela lo útil, y la índole, la virtud. Cuando cometen injusticias, lo hacen con el fin de perjudicar, y no de mostrar insolencia. Si los viejos son igualmente accesibles a la compasión, los motivos son diferentes a los de la juventud; los jóvenes son compasivos por humildad, los viejos, por debilidad, pues piensan que todos los males están prestos a caer sobre ellos y, como vimos, ésta es una de las causas de la compasión. De ahí viene el andar siempre lloriqueando y que no les guste ni bromear ni reír, pues la disposición para el lloriqueo es lo contrario a la jovialidad.
Tales son los caracteres de los jóvenes y de los viejos. Como todos son oyentes escuchan con buena voluntad los discursos acordes con su carácter, no queda duda sobre la manera en que debemos hablar, para que, tanto nosotros como nuestras palabras, asuman la apariencia deseada.

Carácter de la edad adulta
Los hombres, en la edad adulta, tendrán evidentemente un carácter intermedio entre los que acabamos de estudiar, con la condición de suprimir el exceso que hay en unos y en otros. No mostrarán ni confianza excesiva oriunda de la temeridad, ni temores exagerados, pero se mantendrán en un justo medio relativo a esos dos extremos. La confianza de ellos no es general, ni la desconfianza, y en sus juicios de preferencia se inspiran en la verdad. No viven exclusiva mente para lo bello, ni para lo útil, sino para uno y otro de igual forma. No se muestran mezquinos ni derrochadores, sino que en este asunto particular observan la medida justa.
Dígase lo mismo con relación al arrebato y al deseo. En ellos, la prudencia va acompañada de valor y el valor de moderación, al paso que en los jóvenes y en los viejos estas cualidades están separadas, pues la juventud es a la vez valiente e impetuosa, y la vejez calmada y tímida. En una palabra, todas las ventajas que la juventud y la vejez poseen de forma separada se encuentran reunidas en la edad adulta; donde los jóvenes y los viejos pecan por exceso o por falta, la edad madura da muestras de medida justa y adecuada. La edad madura para el cuerpo va de los treinta a los treinta y cinco años, para el alma, se sitúa alrededor de los cuarenta y nueve años. Tales son los respectivos caracteres de la juventud, de la vejez y de la edad adulta.
Aristóteles, Arte retórica e arte poética. Sao Paulo, Difusáo Européia do Livro, 1959, libro 8° [ed. esp., Poética, Barcelona, Bosch; Retórica, Madrid, Gredos, 1990 y varias ediciones más].

ANÁLISIS Y REFLEXIÓN
1. ¿De qué manera Aristóteles contraría el idealismo de su maestro?
2. Explique por qué Aristóteles es considerado realista en su concepción educacional.
3. Haga un resumen de las características de los jóvenes, de los viejos y de la edad adulta, según Aristóteles.

Bibliografía:
GADOTTI, Moacir. Historia de las ideas pedagógicas. Ed. Siglo XXI

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