1. SÓCRATES: ¿PUEDE ENSEÑARSE LA VIRTUD SI LAS IDEAS SON INNATAS?
Sócrates (469-399 a.C.). Filósofo
griego nacido en Atenas, fue considerado el fenómeno pedagógico más asombroso
de la historia del Occidente. Su preocupación como educador, al contrario de
los sofistas, no era la adaptación, la dialéctica retórica, sino despertar y
estimular el impulso para la búsqueda personal y la verdad, el pensamiento propio
y la escucha de la voz interior.
No le interesaban los honorarios
de las clases sino el diálogo vivo y amistoso con sus discípulos. Sócrates
creía que el autoconocimiento es el inicio del camino para el verdadero saber.
No se aprende a andar en ese camino con el recibimiento pasivo de contenidos
ofrecidos de fuera, sino con la búsqueda trabajosa que cada cual realiza dentro
de sí.
Sócrates fue acusado de blasfemar
contra los dioses y de corromper a la juventud.
Fue condenado a la muerte y, a pesar
de la posibilidad de huir de la prisión, permaneció fiel a sí mismo y a su
misión.
No dejó nada escrito. Lo que heredamos
fue el testimonio de sus contemporáneos, especialmente el de su discípulo más
importante, Platón.
LA IMPOTENCIA DE LA EDUCACIÓN
¿De dónde proviene que tantos
hombres de mérito tengan hijos mediocres? Te lo voy a explicar. El asunto no
tiene nada de extraordinario si consideras lo que ya dije antes justificadamente,
que en esta materia, la virtud, depende de que no haya ignorantes para que una
ciudad pueda subsistir. Si esta afirmación es verdadera (y lo es) en el más
alto grado, considera, según tu parecer, cualquier otra materia de ejercicio o
de saber. Supongamos que la ciudad no pudiera subsistir a no ser que todos
fuéramos flautistas, cada uno en la medida que fuera capaz; que este arte fuera
también enseñado por todos y para todos públicamente y, en particular, que se
castigara a quien tocara mal, y que no se negara esta enseñanza a nadie, de la misma
forma que hoy la justicia y las leyes son enseñadas a todos sin reserva y sin
misterio, diferentemente de los otros menesteres —porque nosotros nos prestamos
servicios de manera recíproca, supongo que como resultado de nuestro respeto
por la justicia y por la virtud, y es por esto que todos estamos siempre
dispuestos a revelar y a enseñar la justicia y las leyes— bien, en estas
condiciones, suponiendo que tuviéramos el empeño más vivo de aprender y de
enseñarnos unos a otros el arte de tocar flauta, ¿crees, de casualidad,
Sócrates, me dijo él, que se vería con frecuencia a los hijos de buenos
flautistas llevar ventaja a los de los malos? En cuanto a mí no estoy convencido
pero pienso que aquel que tuviera un hijo mejor dotado para la flauta lo vería
distinguirse, mientras que el hijo mal dotado permanecería en la oscuridad; con
frecuencia podría suceder que el hijo del buen flautista se revelara como
mediocre y que el del mediocre llegara a ser buen flautista; en fin, todos,
indistintamente, tendrían algún valor comparándolos con los profanos y los que
son absolutamente ignorantes en el arte de tocar flauta.
Piensa de esta forma, que hoy el
hombre que te parece el más injusto en una sociedad sometida a las leyes sería
un justo y un artista en esta materia, si lo comparáramos con los hombres que
no tuvieron ni educación, ni tribunales, ni leyes, ni constreñimiento de cualquier
especie para forzarlos alguna vez a preocuparse por la virtud, hombres que
fueran verdaderos salvajes [...] Todo el mundo enseña la virtud de la mejor
manera que le es posible, y te parece que no hay nadie que la pueda enseñar; es
como si buscaras al maestro que nos enseñó a hablar griego; tú no lo
encontrarías, e imagino que no tendrías mejores resultados si buscaras cuál
maestro podría enseñar a los hijos de nuestros artesanos el trabajo de su
padre, cuando se sabe que ellos aprendieron este menester de su propio padre, en
la medida en que éste podía haberles enseñado, así como de sus amigos dedicados
al mismo trabajo, de manera que ellos no tienen necesidad de otro maestro.
Sócrates, según mi punto de vista, no es fácil recomendar un maestro para
ellos, mientras que esto sería facilísimo en el caso de personas ajenas a toda experiencia;
de igual forma, de la moralidad y de cualquier otra cualidad análoga. Es lo que
sucede con la virtud y todo lo demás: por poco que un hombre supere a los demás
en el arte de conducirnos hacia ella, debemos declararnos satisfechos.
Creo ser uno de éstos, y poder
mejor que cualquier otro, prestar el servicio de hacer a los hombres perfectamente
educados, y merecer por esto el salario que pido, o aún más, según la voluntad
de mis discípulos. De este modo establecí la reglamentación de mi salario: cuando
un discípulo termina de recibir mis lecciones, él me paga el precio que yo
pedí, en caso de que él lo desee hacer; de lo contrario, él declara en un
templo, bajo juramento, el precio que considera justo a mi enseñanza y nada más
me dará.
He aquí, Sócrates, el mito y el
discurso, según los cuales yo desee demostrar que la virtud podría ser enseñada
y que ésa era la opinión de los atenienses, y que, por otro lado, no era de
ninguna forma extraño que un hombre virtuoso tuviera hijos mediocres o que un
padre mediocre tuviera hijos virtuosos: ¿no vemos que los hijos de Policleto
que tienen la misma edad que Xantipo y Páralos aquí presentes, no están a la
altura de su padre, y que lo mismo sucede con muchos hijos de artistas? En cuanto
a estos muchachos no debemos apresurarnos a condenarlos, aún no dieron todo lo
que prometen porque son jóvenes.
Platón, Protágoras, Sao Paulo, Maltese, 1965 [varias ediciones en
español].
ANÁLISIS Y REFLEXIÓN
1. Para Sócrates, ¿cuál era el
inicio del verdadero saber?
2. Haga una investigación sobre
lo que significaban "ironía" y "mayéutica" en el método
socrático.
2. PLATÓN: LA EDUCACIÓN CONTRA LA ALIENACIÓN EN LA ALEGORÍA DE LA
CAVERNA
Platón (427-347 a.C.), principal
discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles, fue un filósofo importante.
Nacido en Atenas de una familia noble estuvo en contacto con las personalidades
más importantes de su época.
Entre las diversas obras que dejó
se destacan República, Alegoría de la caverna, El Banquete, Sofista, Leyes. A
través de ellas formula la tarea central de toda educación: retirar el
"ojo del espíritu" enterrado en el áspero pantanal del mundo
aparente, en constante mutación, y hacerlo mirar hacia la luz del verdadero
ser, de lo divino; pasar gradualmente de la percepción ilusoria de los sentidos
a la contemplación de la realidad pura y sin falsedad. Para él, sólo con el
cumplimiento de esa tarea existe educación, la única cosa que el hombre puede llevar
a la eternidad. Para que se alcance ese objetivo es necesario "convertir"
el alma, encarar la educación como
"arte de conversación".
En su utópica república todas las
mujeres deberían ser comunes a todos los hombres. Para él las autoridades del
Estado deberían decidir quién engendraría hijos, cuándo, dónde y cuántas veces.
Éstas y otras tesis controversiales
de la obra de Platón no logran opacar su contribución perenne para la
concepción del hombre occidental y de la educación.
ALEGORÍA DE LA CAVERNA
—Vamos a imaginar —dijo Sócrates—
que existen personas viviendo en una caverna subterránea. La hendidura de esa
caverna se abre a todo lo ancho y por ella entra la luz. Los habitantes están
ahí desde su infancia, presos por las cadenas en las piernas y en el cuello. De
esa forma ellos no logran moverse ni voltear la cabeza para atrás. Sólo pueden
ver lo que pasa frente a ellos. La luz que llega al fondo de la caverna viene
de una hoguera que está sobre un monte atrás de los prisioneros, allá afuera.
Pues bien, entre ese fuego y los habitantes de la caverna, imagine que existe
un camino situado en un nivel más elevado. Al lado de ese pasaje se alza un
pequeño muro, semejante a la mampara detrás de la cual acostumbran colocarse
los presentadores de marionetas para exhibir sus muñecos en público.
—Estoy viendo —dijo Glauco.
—Ahora imagine que por ese
camino, a lo largo del muro, las personas transportan objetos de todo tipo
sobre la cabeza. Llevan estatuillas de figuras humanas y de animales, hechas de
piedra, de madera o cualquier otro material. Naturalmente, los hombres que las
cargan van conversando.
—Creo que todo eso es muy raro.
Esos prisioneros que inventaste son muy extraños —dijo Glauco.
—Pues ellos se parecen a nosotros
—comentó Sócrates. Ahora dime: en una situación como ésta ¿es posible que las
personas hayan observado, con respecto a sí mismos y a sus compañeros, otra
cosa diferente a las sombras que el fuego proyecta en la pared frente a ellos?
— ¡De hecho —dijo Glauco—, con la
cabeza inmovilizada por toda la vida realmente lo único que pueden ver son
sombras!
— ¿Qué opinas? —Preguntó
Sócrates—, ¿qué pasaría con respecto a los objetos que pasan por encima del
muro, por fuera?
— ¡Pues lo mismo! ¡Los prisioneros
sólo logran conocer sus sombras!
—Si ellos pudiesen platicar entre
sí, estarían de acuerdo en que las sombras que estaban viendo eran objetos
reales, ¿no es así? Además, cuando alguien hablara allá arriba, los prisioneros
pensarían que los sonidos, haciendo eco dentro de la caverna, eran emitidos por
las sombras proyectadas. Por consiguiente —prosiguió Sócrates— los habitantes
de aquel lugar sólo pueden pensar que son verdaderas las sombras de los objetos
fabricados.
—Es obvio.
—Piensa ahora en lo que sucedería
si los hombres fueran liberados de las cadenas y de la ilusión en que viven
cautivados. Si liberaran a uno de los presos y lo forzaran inmediatamente a
levantarse y a mirar hacia atrás, a caminar dentro de la caverna y a mirar
hacia la luz. Ofuscado, él sufriría, sin conseguir percibir los objetos de los cuales
sólo había conocido las sombras. ¿Qué comentario piensas que haría si se le
dijera que todo lo que había observado hasta aquel momento no pasaba de falsa
apariencia y que, a partir de ese momento, más cerca de la realidad y de los
objetos reales, podría ver con mayor perfección? ¿No te parece que se quedaría
confundido si, después de señalarle cada una de las cosas que pasan a lo largo
del muro, insistieran para que respondiera qué es cada uno de aquellos objetos?
¿No crees que él diría que las visiones anteriores son más verdaderas que las
actuales?
—Sí —dijo Glauco—, lo que él
había visto antes le parecería mucho más verdadero.
— ¿Y si forzaran a nuestro
liberto a encarar la misma luz? ¿No crees que le dolerían los ojos y que, dando
la espalda huiría hacia aquellas cosas que era capaz de mirar, pensando que
ellas son más reales que los objetos que le estaban mostrando?
—Exactamente —asintió Glauco.
—Supón entonces —continuó
Sócrates— que el hombre fuera empujado hacia afuera de la caverna, forzado a
escalar la subida escarpada y que solamente fuera liberado cuando llegara al
aire libre. El se quedaría afligido y enojado porque lo arrastraron de aquella forma,
¿no es así? Allí arriba, ofuscado por la luz del Sol, ¿tú crees que él lograría
distinguir una sola de las cosas que ahora llamamos verdaderas?
—No lo lograría, por lo menos de
inmediato.
—Pienso que él necesitaría
habituarse para empezar a mirar las cosas que existen en la parte superior. Al
principio, vería mejor las sombras. En seguida, reflejada en las aguas,
percibiría la imagen de los hombres y de los otros seres. Sólo más tarde
lograría distinguir a los mismos seres. Después de pasar por esta experiencia,
durante la noche él estaría en condiciones de contemplar el cielo, la luz de
los cuerpos celestes y la luna con mucho mayor facilidad que el sol y la luz
del día.
—No podría ser de otra forma.
—Creo que por fin él sería capaz
de mirar al sol directamente, y no más reflejado en la superficie del agua o
sus rayos iluminando cosas distantes del propio astro. Él pasaría a ver el Sol,
allá en el cielo, tal como él es.
—Así lo creo —dijo Glauco.
— A partir de ahí, razonando, el
hombre liberto sacaría en conclusión que el Sol es el que produce las
estaciones y los años, el que gobierna todas las cosas visibles. Percibiría
que, en un cierto sentido, el Sol es la causa de todo lo que él y sus
compañeros veían en la caverna. ¿No crees que, al recordar la antigua morada,
los conocimientos que allá se producen y a sus antiguos compañeros de prisión,
lamentaría la situación de ellos y se alegraría con el cambio?
—Con toda seguridad.
—Supongamos que los prisioneros
se concedieran honores y elogios entre sí. Ellos darían recompensas al más
astuto, a aquel que fuera capaz de prever el paso de las sombras, recordando la
secuencia en que éstas acostumbran aparecer. Glauco, ¿tú crees que el hombre
liberado sentiría celos de esas distinciones y tendría envidia de los
prisioneros que fueran más honrados y poderosos? Por el contrario, como el
personaje de Hornero, ¿él no preferiría "ser sólo un peón del arado al
servicio de un pobre labrador", o sufrir todo en el mundo, a pensar como
pensaba antes y volver a vivir como había vivido antes?
—Del mismo modo que tú, él
preferiría sufrir todo a vivir de esta manera.
—Imagina entonces que el hombre
liberado regresara a la caverna y se sentara en su antiguo lugar. ¿Al retornar
el sol, él no quedaría temporalmente ciego en medio de las tinieblas?
—Sin duda.
— ¿Mientras estuviera con la
vista confusa, él no causaría la risa de los compañeros que permanecieron
presos en la caverna si tuviera que competir con ellos sobre la evaluación de
las sombras? ¿Los prisioneros no dirían que la subida hacia el mundo exterior
le había dañado la vista y que, por consiguiente, no valía la pena llegar hasta
allá? ¿Tú no crees que, si pudieran, ellos matarían a quien intentara liberarlos
y conducirlos hasta lo alto? ,
—Con toda seguridad.
—Toda esta historia, querido
Glauco, es una comparación entre lo que la vista nos revela normalmente y lo que
se ve en la caverna; entre la luz del fuego que ilumina el interior de la
prisión y la acción del sol; entre la subida hacia afuera de la caverna, junto
con la contemplación de lo que allá existe, y entre el camino del alma en su ascensión
a lo inteligible. He aquí la explicación de la alegoría: en el Mundo de las
Ideas, la idea del Bien es aquella que se ve por último y a gran costo. Pero,
una vez contemplada, esta idea se presenta al raciocinio como siendo, en
definitiva, la causa de toda la rectitud y de toda la belleza. En el mundo
visible, ella es la generadora de la luz y de lo soberano de la luz. En el
Mundo de las Ideas, la propia idea del Bien es la que da origen a la verdad y a
la inteligencia.
Considero que es necesario
contemplarla, en caso de que se quiera actuar con sabiduría, tanto en la vida
particular como en la política.
Ribeiro, Jorge Claudio, Platao, ousar a utopia, Sao Paulo, FTD, 1988.
1. De acuerdo con Platón, ¿cuál
es la tarea central de toda educación?
2. Explique lo que Platón pensaba
sobre la democracia.
3. Anote las principales
conclusiones a las que usted llegó al leer la Alegoría de la caverna y
discútalas con sus compañeros.
3. ARISTÓTELES: LA VIRTUD ESTÁ EN EL TÉRMINO MEDIO
Aristóteles (384-322 a.C.) es,
con Platón, uno de los más geniales filósofos griegos y el mayor sistematizador
de toda la Antigüedad.
Nacido en Macedonia, a los 17 años
ingresa en la Academia de Atenas donde permanece estudiando y enseñando durante
20 años, hasta la muerte de su maestro, Platón.
Contrario al idealismo de su maestro,
Aristóteles predica de manera realista que las ideas están en las cosas, como
su propia esencia. Es también realista en su concepción educacional; exponemos
factores principales que determinan el desarrollo espiritual del hombre: "disposición
innata, hábito y enseñanza". Con eso se muestra favorable a medidas
educacionales "condicionantes" y cree que el hombre puede convertirse
en una criatura más noble, así como puede convertirse en la peor de todas, que
aprendemos haciendo, que nos hacemos justos actuando justamente.
LOS CARACTERES
Carácter de los jóvenes
Los jóvenes, merced al carácter,
son propensos a los deseos y capaces de hacer lo que desean. Entre los deseos
del cuerpo, la principal inclinación es para los deseos amorosos, y no logran
dominarlos, Son inconstantes y rápidamente se aburren de lo que desearon; si desean
intensamente, rápidamente dejan de desear. Sus voluntades son violentas pero no
duraderas, exactamente como los accesos de hambre y de sed de los enfermos.
Son coléricos, irritables y
generalmente se dejan arrastrar por impulsos. Los domina la fogosidad; porque
son ambiciosos, no toleran ser despreciados, y se indignan cuando se consideran
víctimas de la injusticia. Les gustan los honores, y aún más la victoria, pues
la juventud es ávida de superioridad y la victoria constituye una especie de
superioridad. [...]
Su índole es antes buena que mala
por no haber presenciado aún muchas malas acciones. También son crédulos porque
aún no fueron víctimas de muchos engaños. Están llenos de esperanzas prometedoras;
se parecen a los que bebieron mucho vino, sienten calor como éstos, pero por
efecto de su temperamento y porque aún no sufrieron muchos contratiempos. La
mayor parte del tiempo viven de esperanzas porque éstas se refieren al
porvenir, y los recuerdos, al pasado; y para la juventud el porvenir es
duradero y el pasado breve. En los primeros momentos dé la vida no nos
acordamos de nada, pero podemos esperar todo. Es fácil engañar a los jóvenes
por la razón que ya dijimos, pues esperan fácilmente.
Son más intrépidos que en otras
edades por estar más dispuestos a encolerizarse y propensos a esperar un éxito
feliz de sus aventuras; la cólera hace que ignoren el temor, y la esperanza les
infunde confianza; en efecto, cuando se está furioso no se teme a nada y el hecho
de esperar una ventaja inspira confianza.
De igual forma se les avergüenza
pues no sospechan que haya algo bello fuera de las prescripciones de la ley que
fue su única educadora. Son magnánimos porque la vida aún no los envileció ni
tuvieron la experiencia de las necesidades de la existencia. Por otra parte,
considerarse digno de hechos audaces, es la magnanimidad, es el carácter de quien
concibe grandes esperanzas. En la acción prefieren lo bello a lo útil porque en
la vida se dejan guiar más por su temperamento que por el cálculo; actualmente
el cálculo se relaciona con lo útil, la virtud con lo bello. Más de lo que
sucede en otras edades, les gustan los amigos y los compañeros porque sienten
placer de vivir en sociedad y aún no están habituados a juzgar las cosas con el
criterio del interés, ni por consiguiente a evaluar a los amigos con el mismo
criterio.
¿Cometen faltas? Éstas son más
graves y más violentas, […] pues a todo le dan un tono excesivo: aman con
exceso, odian con exceso, y del mismo modo se comportan en todas las otras
ocasiones. Piensan que saben todo y defienden con valentía sus opiniones, lo
que incluso es una de las cosas de sus excesos en todas las cosas. Las injusticias
que cometen están inspiradas por la insolencia y no por la maldad. Son
compasivos porque suponen que todos los hombres son virtuosos y mejores de lo
que realmente son. Su inocencia les sirve de patrón para contrastar la inocencia
de los otros, imaginando siempre que éstos reciben un trato inmerecido. En fin,
les gusta reír, y de ahí el ser llevados a bromear, porque la broma es una especie
de insolencia delicada. Éste es el carácter de la juventud.
Carácter de los viejos
Los viejos y aquellos que
rebasaron la flor de la edad generalmente ostentan caracteres casi opuestos a
los de los jóvenes; como vivieron muchos años v sufrieron muchos desengaños, y
cometieron muchas faltas, y porque por regla general se fracasa en los negocios
humanos, en todo avanzan con cautela y revelan menos fuerza de lo que deberían.
Tienen opiniones pero nunca seguridades. Indecisos como son, nunca dejan de
aumentar a lo que dicen: "tal vez", "probablemente". Así se expresan siempre, no afirman nada de
manera categórica. También tienen mal carácter, pues son desconfiados y fue la experiencia
la que les inspiró esa desconfianza. Se muestran apáticos en sus afectos y
odios, y eso por el mismo motivo; [...] aman como si un día debieran odiar y
odian como si un día debieran amar.
Son pusilánimes porque la vida
los abatió; no desean nada grande o extraordinario, únicamente lo suficiente
para vivir. Son mezquinos porque los bienes son indispensables para vivir, pero
también porque la experiencia les enseñó todas las dificultades para
adquirirlos y la facilidad con la que se pierden. Son tímidos y todo les da
miedo porque sus ánimos son contrarios a los de los jóvenes; están como congelados
por los años, al paso que los jóvenes son ardientes. Por eso la vejez abre el
camino a la timidez, ya que el temor es una especie de resfriado. Están
apegados a la vida, sobre todo cuando la muerte se aproxima porque el deseo
incide en aquello que nos falta y lo que nos falta es justamente lo que más
deseamos. Son excesivamente egoístas, lo cual es incluso señal de
pusilanimidad. Viven buscando solamente lo útil no el bien, y en ello también
dan pruebas de exceso debido a su egoísmo, ya que lo útil es relativamente el
bien para nosotros mismos, y lo honesto, el bien en sí.
Los viejos se inclinan más por el
cinismo que por la vergüenza; como cuidan más lo honesto que lo útil,
desprecian lo que los otros dirán. Son poco propensos a esperar, debido a su
experiencia —pues la mayor parte de los negocios humanos sólo acarrean
disgustos y efectivamente muchos son fracasados—, pero la timidez colabora
igualmente para ello. Viven de recuerdos más que de esperanzas porque lo que
les queda de vida es poca cosa en comparación con lo mucho que vivieron; pues
la esperanza tiene como objetivo el futuro; el recuerdo, el pasado. Ésa es una
de las razones de que sean tan habladores; pasan el tiempo martilleando con
palabras los recuerdos del pasado; ése es el mayor placer que experimentan. Se
irritan con facilidad, pero sin violencia; en cuanto a sus deseos, unos ya los
abandonaron, otros están desprovistos de vigor. Por eso ya no están expuestos a
los deseos que dejaron de estimularlos y los sustituyen por el amor de la
ganancia. De ahí que se tenga la impresión de que los viejos están dotados de
cierta sensatez; en realidad, sus deseos se debilitaron, pero están
esclavizados por la codicia.
En su manera de proceder, obedecen
más al cálculo que a la índole natural —dado que el cálculo anhela lo útil, y
la índole, la virtud. Cuando cometen injusticias, lo hacen con el fin de
perjudicar, y no de mostrar insolencia. Si los viejos son igualmente accesibles
a la compasión, los motivos son diferentes a los de la juventud; los jóvenes
son compasivos por humildad, los viejos, por debilidad, pues piensan que todos
los males están prestos a caer sobre ellos y, como vimos, ésta es una de las
causas de la compasión. De ahí viene el andar siempre lloriqueando y que no les
guste ni bromear ni reír, pues la disposición para el lloriqueo es lo contrario
a la jovialidad.
Tales son los caracteres de los
jóvenes y de los viejos. Como todos son oyentes escuchan con buena voluntad los
discursos acordes con su carácter, no queda duda sobre la manera en que debemos
hablar, para que, tanto nosotros como nuestras palabras, asuman la apariencia
deseada.
Carácter de la edad adulta
Los hombres, en la edad adulta,
tendrán evidentemente un carácter intermedio entre los que acabamos de
estudiar, con la condición de suprimir el exceso que hay en unos y en otros. No
mostrarán ni confianza excesiva oriunda de la temeridad, ni temores exagerados,
pero se mantendrán en un justo medio relativo a esos dos extremos. La confianza
de ellos no es general, ni la desconfianza, y en sus juicios de preferencia se
inspiran en la verdad. No viven exclusiva mente para lo bello, ni para lo útil,
sino para uno y otro de igual forma. No se muestran mezquinos ni derrochadores,
sino que en este asunto particular observan la medida justa.
Dígase lo mismo con relación al
arrebato y al deseo. En ellos, la prudencia va acompañada de valor y el valor
de moderación, al paso que en los jóvenes y en los viejos estas cualidades están
separadas, pues la juventud es a la vez valiente e impetuosa, y la vejez
calmada y tímida. En una palabra, todas las ventajas que la juventud y la vejez
poseen de forma separada se encuentran reunidas en la edad adulta; donde los
jóvenes y los viejos pecan por exceso o por falta, la edad madura da muestras
de medida justa y adecuada. La edad madura para el cuerpo va de los treinta a
los treinta y cinco años, para el alma, se sitúa alrededor de los cuarenta y
nueve años. Tales son los respectivos caracteres de la juventud, de la vejez y
de la edad adulta.
Aristóteles, Arte retórica e arte
poética. Sao Paulo, Difusáo Européia do Livro, 1959, libro 8° [ed. esp., Poética,
Barcelona, Bosch; Retórica, Madrid, Gredos, 1990 y varias ediciones más].
ANÁLISIS Y REFLEXIÓN
1. ¿De qué manera Aristóteles
contraría el idealismo de su maestro?
2. Explique por qué Aristóteles
es considerado realista en su concepción educacional.
3. Haga un resumen de las
características de los jóvenes, de los viejos y de la edad adulta, según Aristóteles.
Bibliografía:
GADOTTI, Moacir. Historia de las
ideas pedagógicas. Ed. Siglo XXI
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