1. Alegría y alegrías culturales
Para circunscribir el tema de la
alegría osaría apoyarme en Spinoza: "la alegría es el paso de una perfección menor a la perfección
mayor".
Y entreveo así cosas que me conmueven
directamente: allí donde hay alegría, hay un paso al frente, crecimiento de la
personalidad en su conjunto. Un éxito fue alcanzado y la alegría es tan grande como
válido es el éxito.
Por oposición, de un lado, a la
tristeza, en la cual el individuo es obligado a restringirse, reducirse, economizarse. Por
oposición también al placer: satisfacción de tal deseo, alegría parcial y no central; momentos
discontinuos de placer, como el encanto
de sentirse, en cierto momento, bien en su piel. Y ya que estoy en el siglo XVII, retomaré de Descartes la
distinción entre alegría y placer: "[No es] siempre cuando se está más
alegre cuando se tiene el espíritu más satisfecho; muy por el contrario, las grandes alegrías son
comúnmente melancólicas y serias, y sólo
las alegrías mediocres y pasajeras son acompañadas por la risa."
En la alegría, es la totalidad de
la persona la que progresa —y, en relación con la totalidad de la vida: sentir,
comprender, fuerza de actuar.
La cultura de la satisfacción. Quiero afirmar que hay cultura de la
satisfacción, o mejor, que hay culturas
capaces de dar satisfacción.
Eso significa que la caminata en
dirección a la verdad, a la aprehensión de lo real, da más satisfacción, abre
más esperanza que permanecer en la incoherencia, en lo aproximativo, en lo
indeciso.
Eso significa también que la satisfacción
de la cultura puede y debe culminar en acción que cambie alguna cosa en el
mundo, participe en las fuerzas que cambien algo en el mundo.
En suma, la alegría de la cultura
que fortalece la confianza en mí mismo, la confianza en la vida; amar más al
mundo, aprehenderlo como más estimulante, más acogedor.
¿Quién se atreve a hablar de satisfacción? Pero evocar la
satisfacción me mete en una encrucijada de dificultades; inicialmente en cuanto
la propia satisfacción: osar afirmar la satisfacción, que somos capaces de
tener satisfacción, que podemos pretender la satisfacción: osaré decir que el
mundo de hoy es favorable a la satisfacción, y que no debemos renunciar a ella,
abdicar.
La destreza en la escala
universal, catástrofes, fracasos, esperanzas decepcionadas; en mí mismo, dolor
de envejecer, mis largas meditaciones de culpa y de flaqueza; a mi alrededor,
la extrema dificultad de comunicarme con los que más quiero, tal vez justamente
porque los quiero. Y quiero decir que hay lugar para la satisfacción.
Pero precisamente, quiero indicar
a la cultura como satisfacción, como uno de los medios de conquistar la
satisfacción.
¿Será que la cultura provoca inquietud,
sufrimiento más que satisfacción? ¿Será que realmente los cultos son los que
son más felices? ¿No sería, por el contrario, los "simples" los que
viven los placeres "simples"?
El escándalo de la satisfacción. E incluso si hubiera satisfacción
en la cultura, ¿esa satisfacción no
sería un escándalo? Las obras de cultura elaborada de las que espero tener satisfacción no son obras populares;
en verdad, oír a Mozart me separa de las
masas de mis contemporáneos —y entonces formo parte de pequeños grupos de “élite"
de los cuales sé bien que sus proyectos de acción corresponden pocas veces a
los míos.
Es un escándalo que yo quiera ser
feliz en el momento en que tantos sufren; ¿esta famosa satisfacción no es
alcanzada en detrimento de los demás, alcanzada sobre el derecho de vivir de
los demás? Y desde entonces tengo mi confort, además de esos refinamientos de conciertos
frente a todos los que tienen hambre... Soy solidario, soy cómplice por lo
menos por mis aceptaciones y mis silencios de un mundo que condena a millones a
la infelicidad. ¿Voy a intentar ser feliz entre los oprimidos o estoy condenado
a ignorar la alegría, y por mucho, mucho tiempo?
Pero también la eficacia da satisfacción. Por lo tanto debo
procurar al mismo tiempo una cultura que no termine en tristeza, en decepción y
que pueda al menos esperar establecer
comunicación con las masas, y por ahí mismo cooperar con su acción. Una
satisfacción común de comunicación, comunitaria.
Es precisamente para no olvidar
la infelicidad de los demás, para tener la fuerza de participar en las luchas,
para lo que tengo necesidad de la satisfacción, por lo que voy a esforzarme
para alcanzar la satisfacción. Satisfacciones muy intensas para sentir que vale
la pena vivir, satisfacciones de la cultura que me harán sentir el posible florecimiento
del hombre, el escándalo de su suerte actual, un llamado a la armonía, y la
satisfacción de persuadirme de que soy capaz de unirme a esos esfuerzos.
¿Qué puedo ofrecer a mis colegas
si no supe construir para mí algo que ya es necesario llamar satisfacción? En
la búsqueda desvariada del placer, Gide lo percibió bien: "Hay en la
tierra tales inmensidades de miseria, de infortunio... que el hombre feliz no puede
pensar en su felicidad sin sentir vergüenza de ella. Y, sin embargo, nada puede
por la felicidad de otro, aquel que no sabe ser feliz por sí mismo."
E incluso el valor progresista da satisfacción. Los hombres no son felices,
absolutamente tan felices como podrían ser —y es exactamente por eso que este
mundo, esta sociedad deben ser transformados: los que tienen mucha confianza en
los hombres, mucha esperanza en la posibilidad de ser felices, sólo ellos
pueden tomar parte en los avances revolucionarios; ¿no será esto lo mismo que decir
que ellos se aproximan desde ahora a un cierto tipo de satisfacción? Cuando Engels
grita "el derecho de la vocación a la felicidad", nunca nos
preocupamos por las clases oprimidas: esclavos, siervos, proletarios, ¿no hace
sentir la importancia revolucionaria que se coloca en relación con el problema
de la alegría —y para todos?
Los momentos de caída. La satisfacción, la satisfacción cultural,
sueño que ella constituya el armazón de mi vida, pero no puedo tener esperanza
de mantenerme continuamente en este nivel; habrá pasajes con vacío, caídas y
probablemente también muchos esfuerzos para conquistar el dominio de sí mismo,
contra las tentaciones de dejar ir, dejar caer, de resignarse a cosechar un
poco del placer y de los abandonos consentidos.
Satisfacción dolorosa. Esta satisfacción cultural comporta la lucha
para que mayor número de hombres alcance más satisfacción —y para que una
confianza culturalmente fundamentada prevalezca sobre la desesperación.
Es una alegría siempre incierta
que se mantiene por la fuerza muscular, perdida, disimulada en el desaliento,
y, a pesar de todo, de nuevo, ella es un fin para el cual nos dirigimos.
Satisfacción dolorosa, trágica,
de la cual la angustia nunca está ausente, nada que se asemeje menos a la calma
uniforme, a la banalidad de la calma.
Estamos en busca de... nunca
poseedores estables, ni seguros por la satisfacción. Mis satisfacciones pude experimentarlas
antes de la Revolución, pero no fuera del movimiento que va en dirección de la
Revolución. Reflexionando sobre mis satisfacciones, percibí que ellas querían
ser progresistas.
2. Una escuela no "totalitaria"
La riqueza de la vida de los
jóvenes es su variedad, su diversidad y la multiplicidad de los tipos de alegrías.
Los jóvenes viven por lo menos en cuatro ambientes: la familia, la escuela, la
vida cotidiana con los colegas y las colegas y la formación fuera de la
escuela: ella misma puede desarrollarse en las actividades ya sea organizadas
(a saber deportes dirigidos, animaciones, cursos más o menos garantizados) o ya
sea escogidas de modo esporádico: jugar un juego, leer determinado libro, ver
determinada película, hacer pequeñas reparaciones, etcétera.
Cada ambiente tiene su riqueza
específica, sus tipos de exigencias, sus modos de progreso; pienso que es
esencial que nadie se deje invadir por los otros, que ninguno quiera absorber
todo, englobar todo; ni extender su dominio a otros ni anularse por otros. Cada
uno debe ofrecer al joven sus posibilidades diferenciadas —y de este modo
complementarias.
Siempre se dice que no es
necesario cortar al niño en rebanadas de salchicha, que él se caracteriza por
la unidad de su persona. Pero la abundancia de esta unidad reside en participar,
de modo diferente, en sectores de vida diferentes. Además el mejor modo de
aprovechar una salchicha es asimismo, cortarla.
En particular ninguna educación
puede, o debe ser hecha en la escuela, por la escuela. La escuela imprime su
marca particular en una parte de la vida y de la cultura del joven: ella se
pone como tarea el encuentro con lo genial —y el máximo de su ambición es que
quiere este encuentro para todos.
Hay muchos otros momentos de la
vida en que no tenemos tales objetivos, en que partimos simplemente de nuevos
gustos, de nuestro deseo; entonces podemos también encontrar lo genial, lanzarnos
al museo del Louvre, la mayoría de las veces no pretenderemos ir tan lejos, hay
muchas posibilidades para que no se vaya tan lejos —y así está muy bien. Del
mismo modo no tenemos necesidades de la obligación, rechazamos la obligación.
La escuela, mi escuela tiene como
objetivo extraer alegría de lo obligatorio. Lo que justifica que se vaya a la
escuela (evidentemente fuera de la preparación para el futuro, ¿pero es
necesario recordar que, por hipótesis, tengo prohibido evocarlo?) es que ella
suscita una alegría específica: la alegría de la cultura elaborada, la confrontación
con el que tuvo más éxito; el que exige condiciones particulares de lo
sistemático: lo que puede ser fácil, de ahí el recurso necesario a lo
obligatorio. Todo el problema es que los alumnos efectivamente sienten a la
institución como si estuviera orientada hacia la alegría —y una alegría que casi
no se podría alcanzar de otra manera.
Me gustaría una escuela que
tuviera la audacia, que corriera el riesgo de asumir su especificidad, jugar
totalmente la carta de su especificidad. Me parece que una de las causas del
malestar actual es que la escuela quiere beber en todos los vasos: enseñar lo
sistemático, pero también deleitarse con lo disperso, con la casualidad de los
encuentros; recurrir a lo obligatorio, pero ella intenta disimularlo bajo
apariencias de libre selección. En particular la escuela, frecuentemente celosa
de los éxitos de la animación codicia sus fórmulas más suaves, más agradables,
pero en verdad ella está obligada a comprobar que son inadecuadas para enseñar
álgebra o para llegar hasta Mozart.
Diré incluso que eso no me parece
un elogio concedido a la escuela en la que los alumnos llegan a confundir la
clase con el recreo, el juego con el trabajo, que ellos quieran prolongar la
clase como una diversión, regresar a la escuela como a una recreación; pues ¿es
realmente a la escuela a donde ellos regresan? Temo que la escuela haya
abandonado su propio papel —reconociendo precisamente que tiene ciertos
momentos, para ciertos alumnos puede ser indicado introducir elementos de
broma, momentos de distracción, con la condición de que no se olvide que éstos
son estimulantes intermediarios, destinados a ser temporales.
Snyders, Georges, A. alegría na
escola. Sao Pauló, Manóle, 1988.
ANÁLISIS Y REFLEXIÓN
1. Para Snyders, el espontaneísmo
educativo es la legitimación del orden vigente. La omisión del profesor no se
vuelve una actitud democrática, sino una acción conservadora disfrazada.
¿Está usted de acuerdo con esa
idea? ¿Por qué?
2. De acuerdo con el autor, ¿por
qué la satisfacción sería un escándalo?
3. Comente:
"Lo que justifica que se
vaya a la escuela [...] es que ella suscita una alegría específica: la alegría de
la cultura elaborada, la confrontación con el que tuvo más éxito [...]
GADOTTI, Moacir. Historia de las ideas pedagógicas. Ed. Siglo XXI
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