LA ESCUELA: FRAGMENTO DE FUTURO


Me pidieron contar mis deseos…

Que dijera a la escuela de mi hijo cuáles son mis sueños….

Los antiguos creían que las palabras eran seres encantados, copas mágicas, desbordantes de poder. Los jóvenes sabían de esto y pedían:

“- Tu bendición, papá…”

Bendición, bendición, bendecir, bien decir, bendecirse (persignarse). Decir bien…

La palabra, dicha con deseo, no quedaría vacía: era como semen, semilla que haría brotar, en aquel penetrado por ella, el buen deseo invocado por ella.

Y el padre respondía:

"—Mis deseos son pocos y pobres. Te deseo tanto bien que no basta mi bien decir. Por esto, que Dios te bendiga. Que sea él aquel que diga todo el bien con todo el poder...

Y entonces, por el milagro de la fantasía, todo se hacía posible.

Las palabras surgieron como cristales de poesía, magia, neurosis, utopía, oración, disfrute puro del deseo.

Esto es lo que sucede siempre que el deseo habla y dice su mundo.

Nos hicimos brujos y hechiceros y nuestro discurso construye objetos mágicos, expresiones sencillas de amor, nostalgia por cosas bellas y buenas, donde viven las risas...

Y es sólo esto lo que deseo hacer: saltar sobre los límites que separan lo posible existente de lo utópico deseado, que aún no nació.

Decir el nombre de las cosas que no son, para romper el hechizo de aquellas que son...

Sus rostros decían que eran niños excepcionales. El año del deficiente los había traído a nuestra contemplación doméstica, hasta que se dirigían al telespectador con su mensaje:

"—Esperamos que, al Final de todo esto, estos niños puedan ser útiles a la sociedad."

Nunca oí a nadie que dijera:

"—Io que la gente desea realmente es que los niños estén divirtiéndose y puedan llegar a ser un poco más felices..."

Tal vez lo pensaran, pero no podían decirlo por miedo. Perderían los empleos.  Todos saben que el objetivo de la educación es ejecutar la terrible transformación: hacer que los niños se olviden del deseo del placer que vive en sus cuerpos salvajes, para transformarlos en patos domesticados, que se balancean al ritmo de  la utilidad social.

Filosofía silenciosa: cada niño es un medio para esta gran cosa que es la sociedad.

Pero, ¿y la alegría y el placer? ¿Aquellos cuerpos no tienen derechos? ¿No habrá en ellos una exigencia de felicidad?

Padres de otros hijos hacen preguntas más sutiles:

“—¿Qué vas a ser cuando seas grande?"

En el fondo, la misma cosa. Ahora no eres nada. Serás, después de pasar por la escuela. Como en la historia de Pinocho, supongamos que el niño, ignorando la  trampa, responde sencillamente:

"—Cuando crezca quiero tener mucho tiempo para ver las nubes."

“—Cuando crezca deseo poder volar papalotes, como lo hago ahora."

"—Cuando crezca quiero continuar siendo medio niño, porque los adultos me parecen feos e infelices."

Sonreiremos comprensivos.

“—No está bien eso hijo. ¿Tú vas a ser doctor, ingeniero, dentista?..."

De nuevo, la pregunta sobre la utilidad social.

¿No es para esto para lo que se organizan escuelas, para que los niños se olviden de sus propios cuerpos y conozcan el mundo que los adultos les imponen?

Recuerdo el lamento de Bergson: "Qué infancia habríamos tenido, si nos hubieran permitido vivir como deseábamos..."

También recuerdo la "tontería" evangélica que nadie toma en serio:

"— ¿El Reino de Dios? Es necesario que primero nos hagamos niños..."

Niños, aquellos que juegan.

Juguete: inutilidad absoluta. Cero productividad. Al final, todo continúa como antes: ninguna mercancía, ninguna ganancia. ¿Entonces, por qué? Placer, puro placer.

El poema hebreo de la creación dice que Dios, después de seis días de trabajo, detuvo sus manos y se quedó extasiado, en la pura contemplación de aquello que había creado. Y decía:

"—Cómo es bello..."

El arte y el juguete tienen esto en común; no son medios para fines más importantes, sino puros horizontes utópicos en que se inspira todo el cansancio del trabajo, suspiro de la criatura oprimida que desearía ser transformada en juguete y en belleza.

Bien puedo advertir las interrogaciones graves que se levantan sobre cejas políticas que preferirían que yo hablara sobre cosas más serias. Pero, ¿qué puedo hacer? Mi demonio es el espíritu de gravedad y creo que la política empieza mejor con la risa que con la acidez estomacal... A final de cuentas, ¿no es por esto por lo que se realizan todas las revoluciones? ¿Qué cosas más importantes habrá que el juguete y la belleza? La justicia y la fraternidad, ¿no son ellas mismas nada más que condiciones para que los hombres se conviertan en niños y artistas? No basta que los pobres tengan pan. Es necesario que el pan sea comido con alegría, en los jardines. No basta que las puertas de las prisiones sean abiertas. Es necesario que haya música en las calles. Política, a final de cuentas, ¿no será simplemente esto, el arte de la jardinería transplantada para las cosas sociales?

Examino nuestros programas escolares y los veo llenos de lecciones sobre el poder. Los leo nuevamente y los encuentro vacíos de lecciones sobre el amor. Y toda sociedad que sabe mucho sobre el poder y poco sobre el amor está destinada a ser poseída por demonios. Es necesario reaprender el lenguaje del amor, de las cosas bellas y de las cosas buenas, para que el cuerpo se pueda erguir y se disponga a luchar.

Porque el cuerpo no lucha por la verdad pura, pero siempre está listo para vivir y para morir por las cosas que él ama. En la sabiduría del cuerpo, la verdad es apenas un instrumento y juguete del deseo...

Y esto es lo que yo deseo, que se reinstale en la escuela el lenguaje del amor, para que los niños redescubran la alegría de vivir que nosotros mismos ya perdimos.

Cada día un fin en sí mismo. El no está allí por causa del mañana. No está allí como eslabón en la línea de montaje que transformará a los niños en adultos, útiles y productivos. Esto es lo que exige el capitalismo: el pequeño aplazamiento del placer, en beneficio del capital. Yo me acuerdo del Admirable mundo nuevo en el que todos los placeres gratuitos fueron prohibidos, en beneficio del progreso, y de 1984, en que el descubrimiento del cuerpo y de su placer se constituyeron en una experiencia de sublevación...

Que el aprendizaje sea una extensión progresiva del cuerpo, que va creciendo, aumentando, no sólo en su poder de comprender y de convivir con la naturaleza, sino en su capacidad para sentir el placer, el placer de la contemplación de la naturaleza, la fascinación frente a los cielos estrellados, la sensibilidad táctil ante las cosas que nos tocan, el placer del discurso, el placer de las historias y de las fantasías, el placer de la comida, de la música, del no hacer nada, de la risa, del chiste... A final de cuentas, ¿no es para esto para lo que vivimos, el puro placer de estar vivos?

¿Piensan que tal propuesta es irresponsable? Pero yo creo que sólo aprendemos aquellas cosas que nos dan placer. Se habla del fracaso absoluto de la educación brasileña, los muchachos no aprenden nada... El cuerpo, cuando algo indigesto cae en el estómago, se vale de una contracción saludable: vomita. La forma que la cabeza tiene para preservar su salud cuando lo desagradable es despejado por dentro, no deja de ser un vómito: el olvido. El rechazo de aprender es una demostración de inteligencia. El fracaso de la educación es, así, una evidencia de salud y una protesta: la comida está echada a perder, no está oliendo bien, el sabor es raro...

Además creo que sólo del placer surge la disciplina y la voluntad de aprender. Es justamente cuando el placer está ausente cuando la amenaza se hace necesaria.

Y, entonces, me gustaría que nuestros programas fueran parecidos a la "Banda", que hace que todo el mundo marche sin mandar, simplemente por hablar sobre cosas de amor. Pero ¿dónde están estas cosas de amor en nuestros programas? Me gustaría que ellos se organizaran en las líneas del placer: que hablaran de las cosas bellas, que enseñaran física con las estrellas, los papalotes, los trompos y las canicas, la química con el arte de la cocina, la biología con las huertas y los acuarios, política con el juego de ajedrez, que hubiera la historia cómica de los héroes, las crónicas de los errores de los científicos, y que el placer y sus técnicas fueran objeto de mucha meditación y experimentación... Mientras la sociedad feliz no llega, que por lo menos haya fragmentos de futuro en que se satisfaga la alegría como sacramento, para que los niños aprendan que el mundo puede ser diferente: que la escuela, por sí misma, sea un fragmento de futuro...

Sobre todo, que se retire de nuestras escuelas la sombra siniestra de los exámenes de ingreso a la universidad. Les digo que me importan poco esos exámenes como artificios para escoger a los pocos que entrarán y los muchos que se quedarán fuera. Antes que eso, me preocupa el terror que éstos causan en los niños, incluso desde antes que ellos sepan que existen esos exámenes. Ellos no  saben, pero los padres buscan los colegios que más exigen —es necesario preparar a los niños para esos exámenes— y los niños pierden la alegría de vivir, la alegría de aprender, la alegría del estudio. Porque la alegría del estudio está en la pura gratuidad, estudiar como quien juega, estudiar como quien oye música... Pero, una vez instaurado el terror, ya no habrá tiempo para la poesía por puro amor a ella; ni para la curiosidad histórica por pura curiosidad; ni para la meditación ociosa, cosa que es parte del placer de vivir. Nuestras mejores inteligencias están siendo arruinadas por esta catástrofe que, sola, tiene más influencia sobre nuestro sistema educativo que todas nuestras leyes juntas. Sería mejor que se hiciera un sorteo...

Y me gustaría, finalmente, que en las escuelas se enseñara el horror absoluto a la violencia y a las armas de cualquier tipo. Quién sabe si algún día tendremos una Escuela Superior de Paz, que se encargue de hablar sobre el horror de las espadas y la belleza de los arados, el dolor de las lanzas y el placer de las tijeras  de podar. Que los niños aprendieran también sobre la naturaleza que está siendo destruida por el lucro, y las lecciones del dinosaurio que fue destruido por causa de su proyecto de crecimiento, mientras que las lagartijas sobrevivieron... Es cierto que los más aptos sobrevivieron pero no sugiere que los más gordos sean los más  aptos. Y que hubiera lugar para que ellos supieran de las lágrimas y del hambre y que su proyecto de alegría incluyera a todos... Que hubiera compasión y esperanza...

Y aquí está, mi hija, mi bien decir, mí bendición, mi mejor deseo: que tú seas, con todos los niños, siempre una aprendiz de la alegría, para citar a Chico, y que la escuela sea este espacio donde se ofrecen a nuestros niños los aperitivos del futuro, en dirección al cual se inclinan nuestros cuerpos y nuestros sueños vuelan...

 

Revista Educacao Municipal, Sao Paulo, Cortez, año 1, núm. 1, julio de 1988.

 

ANÁLISIS Y REFLEXIÓN

 

1. Haga una encuesta de las principales necesidades infantiles citadas en el texto.

2. ¿Qué importancia tiene el placer para el aprendizaje, en la opinión de Rubem Alves?

3. ¿Qué relación existe entre placer y disciplina? Explique.

 

GADOTTI, Moacir. Historia de las ideas pedagógicas. Ed. Siglo XXI

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