LA EDUCACIÓN HUMANISTA
Michel de Montaigne (1533 – 1592) nació en el castillo
Montaigne cerca de Bordeaux. Su educación fue confiada a un humanista alemán. Estudió
derecho y durante algunos años ejerció la función de consejero parlamentario en
Bordeaux.
Posteriormente se convirtió en
prefecto de ese lugar por cuatro años. Dedicó el resto de su vida a actividades
literarias.
Con sus pensamientos sobre la
educación, Montaigne pudo ser considerado uno de los fundadores de la pedagogía
de la Edad Moderna. Se lamentó de que sólo se trabajara con la memoria, dejando
vacías la razón y la conciencia. Deseaba un hombre flexible, abierto a la verdad.
Criticó duramente el brutal estilo de educación de su época.
SOBRE LA EDUCACIÓN DE LOS NIÑOS
En cuanto a quienes, según las costumbres, son encargados de instruir a
varios espíritus, evidentemente diferentes unos de otros por la inteligencia y por
el carácter, y dan a todos la misma lección y materia, no es de extrañar que difícilmente encuentren en una multitud de
niños sólo dos o tres que obtengan el debido provecho de la enseñanza. Que
no se pida cuentas al niño sólo de las palabras de la lección, sino también de su
sentido y esencia que se juzgue de provecho, no por el testimonio de la memoria
sino por el de la vida. Es necesario que lo obligue a exponer de mil maneras y
adecuar lo que aprende a otros tantos asuntos, a fin de comprobar si lo
aprendió o asimiló bien, cotejando así el progreso hecho según los preceptos
pedagógicos de Platón. Vomitar la carne tal y como fue engullida, es señal de
acidez estomacal e indigestión. El estómago no hace su trabajo mientras no
cambie el aspecto y la forma de aquello que se le dio para digerir.
Todo se someterá al examen del
niño y no se le meterá nada en la cabeza simplemente por autoridad y prestigio.
Que ningún principio de Aristóteles, de los estoicos o de los epicúreos, sea su
principio. Preséntensele todos en su diversidad y que el niño elija si puede. Y
si no puede, se quede con la duda, pues sólo los locos están totalmente seguros
de su opinión.
El provecho de nuestro estudio
consiste en que mejoremos y seamos más maduros. Epicarmo decía, es la
inteligencia la que ve y oye, es la inteligencia la que aprovecha todo, dispone
todo, actúa, domina y reina. Todo lo demás es ciego, sordo y no tiene alma. Seguramente
convertiremos al niño en servil y tímido si no le damos la oportunidad de hacer
algo por sí mismo. ¿Quién nunca preguntó a su discípulo qué opinión tiene de la
retórica, de la gramática o de tal o cual máxima de Cicerón? Las meten en su
memoria bien acomodadas, como vaticinios que deben repetirse al pie de la letra.
Saber de memoria no es saber: es conservar lo que se entregó a la memoria para
guardar. De lo que realmente sabemos, disponemos sin ver el modelo, sin volver
los ojos al libro. ¡Triste ciencia la ciencia puramente libresca! Que sirva de
ornato pero no de fundamento, como piensa Platón, quien afirma que la firmeza,
la buena fe, la sinceridad, son la verdadera filosofía, y que las otras ciencias,
con otros fines, no son más que un brillo engañoso.
Generalmente también se admite
que el niño no debe ser educado junto a los padres. Su afecto natural los
enternece y los hace mucho menos rigurosos, incluso a los más precavidos. No son
capaces de castigar al niño por sus maldades ni de ver que se le eduque de
forma un poco severa como conviene, para prepararlo para las aventuras de la
vida. No soportarían verlo llegar del ejercicio, sudado y cubierto de polvo, o
verlo montado en un caballo brioso o empuñando el florete contra un hábil esgrimista,
o dar por primera vez un tiro de arcabuz. Y sin embargo, no hay otro camino:
quien desee hacer del niño un hombre no debe ahorrar en la juventud ni dejar de
aplicar a menudo los preceptos de los médicos: “que viva al aire libre y en
medio de los peligros”. No basta fortalecerle el alma, también es necesario que
desarrolle los músculos. El niño tendrá que esforzarse demasiado si
completamente sólo tiene que cumplir la doble tarea. Sé cuánto me cuesta la
compañía del cuerpo tan frágil, tan sensible y que tanto confía en mí. Y muchas
veces veo en mis lecturas que mis maestros en sus escritos ponen en evidencia
hechos de valentía y firmeza de ánimo que provienen mucho más del espesor de la
piel y de la dureza de los huesos. Vi hombres, mujeres y niños de tal forma
conformados que un bastonazo les duele menos de lo que a mí me duele un
coscorrón; y no dicen nada cuando los golpean. Cuando los atletas imitan a los
filósofos en paciencia, esto se debe atribuir más al vigor de los nervios que
al del alma. El hábito del trabajo lleva al hábito del dolor: “el trabajo
endurece para el dolor”. Es necesario acostumbrar al joven a la fatiga y a la
rudeza de los ejercicios con el propósito de que se prepare para lo que
soportan de penoso los dolores físicos, la luxación, los cólicos, los castigos,
y hasta la prisión y la tortura, en las que el joven también puede caer en los
tiempos actuales, que alcanzan tanto a buenos como a malos. Corremos el riesgo
de caer en ellas. Todos los que combaten las leyes amenazan a los hombres de
bien con el látigo y la soga. Por otro lado, la presencia de los padres es nociva
a la autoridad del preceptor, la cual debe ser soberana; y el respeto que le
tienen los familiares, el conocimiento de la situación y de la influencia de su
familia, son a mi juicio de mucha conveniencia en la infancia.
En esa escuela del comercio de
los hombres a menudo noté un defecto: en lugar de buscar aprender de los demás,
nos esforzamos por hacerlos conocidos y nos cansamos más en vender nuestra
mercancía que en comprar otras nuevas. El silencio y la modestia son cualidades
muy estimadas en la conversación. Se enseñará al niño a mostrar con parsimonia
su saber, cuando lo haya adquirido; a no escandalizarse con tonterías y
mentiras que se digan en su presencia, pues es increíble e impertinente
enfadarse con lo que no agrada. Que se contente en corregirse a sí mismo y no
parezca que censura a otros lo que él no hace, y que no contradiga los usos y
costumbres: “se puede ser sabio sin arrogancia”.
Es inconcebible que en nuestro
tiempo la filosofía no sea, incluso para personas inteligentes, más que un
nombre vano y fantástico, sin utilidad ni valor, tanto en la teoría como en la
práctica. Creo que eso se debe a los raciocinios capciosos y enredados con que
le atentaron el camino. Se hace muy mal en describir al joven como inaccesible
y en darle una fisonomía dura, huraña y
temible. ¿Quién le puso tal máscara falsa, lívida, repugnante? Pues no hay nada
más alegre, más vivo y diría casi más divertido. Tiene un aire festivo y
jovial. No vive donde hayan caras tristes y fruncidas.
Es probable que en esas
condiciones nuestro joven será menos inútil que los demás. Pero como los pasos
que damos cuando paseamos en una galería no nos cansan tanto como lo hacemos
por un camino fijo, aunque el primero sea tres veces mayor, así también
nuestras lecciones dadas al acaso del momento y del lugar, y como intervalo de
nuestras acciones, transcurrirán sin sentirlas. Los ejercicios y hasta los
juegos, las carreras, la lucha, la música, la danza, la caza, la equitación, la
esgrima constituirán buena parte del estudio.
Quiero que la delicadeza, la
civilidad, las buenas maneras se modelen al mismo tiempo que el espíritu, pues
no es solamente un alma la que se educa, ni un cuerpo, es un hombre: es
menester no separar las dos partes de un todo. Como dice Platón, es necesario
no educar una sin la otra y sí conducirlas al mismo tiempo, como un par de
caballos atados al mismo carro. Y parece que hasta da más tiempo y atención a
los ejercicios del cuerpo, pensando que el espíritu se ejercita al mismo tiempo
y no al contrario.
Sea como sea, para esa educación
debe procederse con firmeza y ternura y no como se hace de costumbre. Pues como
lo hacen actualmente, en lugar de que los jóvenes se interesen por las letras,
nos enojan por la tontería y crueldad. Háganse a un lado la violencia y la
fuerza: según mi punto de vista, nada más que eso corrompe y embrutece a una
naturaleza generosa. Si queréis que el joven tema a la vergüenza y al castigo
no lo habituéis a éstos. Habituadlo al sudor y al frío, al viento, al sol, a
las casualidades que debe desdeñar; quitadle la pusilanimidad y el esmero en el
vestir, en el dormir, en el comer y en el beber: acostumbradlo a todo. Que no
sea un niño bonito y afeminado sino sano y fuerte; trátese de un niño o de un
anciano, siempre tuve la misma forma de pensar al respecto. Siempre me
desagradó la disciplina rigurosa de la mayor parte de nuestros colegios. Serían
menos perjudiciales si desviaran la disciplina hacia la indulgencia. Los colegios
son verdaderas prisiones para el cautiverio de la juventud y la hacen cínica y
libertina antes de que llegue a serlo. Id a ver esos colegios en las horas de
estudio: Sólo oiréis gritos de niños martirizados y de maestros iracundos. ¡Linda
manera de despertar el interés por las lecciones en esas almas tiernas y
tímidas, esa manera de darlas con el seño fruncido y con el látigo en la mano! ¡Qué
método más injusto y pernicioso! Y Quintiliano advierte muy bien que una
autoridad que se ejerce de modo tan tiránico conduce a las más nefastas
consecuencias, principalmente por los castigos. ¡Cómo serían mejores las clases
si fueran esparcidas de flores y hojas y no de varas sanguinolentas! Me gustaría que fueran
alfombradas de imágenes de alegría, de júbilo, de Filora y de las Gracias, como
mandó a hacer en su escuela el filósofo Espeucipo. Donde está el provecho
también está la diversión. Hay que poner azúcar en los alimentos útiles para el
niño y hiel en los nocivos. Es admirable cómo Platón en sus leyes se muestra preocupado por la
alegría, por las diversiones de la juventud de la ciudad y cómo se demora en la
recomendación por las carreras, los juegos, las canciones, los saltos y las
danzas cuyo patrocinio y orientación se confiaron a los propios dioses: Apolo,
las Musas, Minerva. Se extiende en mil preceptos sobre los gimnasios, mientras
que discurre poco acerca de las letras y parece no recomendar en especial a la
poesía a menos que esté musicalizada.
¡Al final de 15 o 16 años compárese
a nuestro joven con uno de esos latinistas del colegio que habrá pasado el mismo
tiempo para aprender a hablar! El mundo es sólo habladuría y nunca vi a un
hombre que no dijera más de la cuenta. Y en esto pasamos la mitad de la vida. Nos
obligan durante 4 o 5 años a aprender palabras y a unirlas en frases, y otros
tantos para componer un largo discurso en 4 o 5 partes; y por lo menos cinco
más para aprender a mezclarlas y a combinarlas de manera más rápida y más o
menos sutil. Déjese eso a quien lo hace como profesión.
Si nuestro joven estuviera
provisto de conocimientos reales, no le faltarán las palabras; y fluirán a la
buena o a la mala. Hay quien se disculpe por no poder expresar las cosas bellas
que desea tener en la cabeza y la mente su falta de elocuencia para revelarlas:
eso es mistificación. ¿Queréis saber lo que eso significa, según mi punto de
vista? Es que entrevé algunas vagas concepciones que no tomaron cuerpo, que no
puede desenredar y aclarar, y por consiguiente expresar. No se comprende a sí
mismo. Contempladlo tartamudear, incapaz de parir, veréis luego que su
dificultad no está en el parto sino en la concepción, y aún anda lamiendo un
embrión. Creo, y Sócrates lo dice formalmente que quien tiene en el espíritu
una idea clara y precisa siempre la puede expresar, ya sea de un modo o de otro
incluso con mímica si es mudo: “no fallan las palabras para lo que bien se
concibe”. Ahora bien, como dice otro, de forma igualmente poética, aunque sea
en prosa: “cuando las cosas se apoderan del espíritu las palabras fluyen”; o
incluso: “las cosas atraen a las palabras”. Puede ignorar ablativos,
conjuntivos, sustantivos y gramáticas quien es dueño de su idea; es lo que se
comprueba con un lacayo cualquiera o una prostituta del “Petit Pont”, que son
capaces de complacernos en lo que queramos sin alejarse mucho más de las reglas
de la lengua de lo que lo haría un bachiller de Francia. No saben retórica ni
empiezan por captar la benevolencia del lector ingenuo y ni se preocupan por
eso. Realmente, todos esos bellos adornos desaparecen ante el brillo de una
verdad sencilla y natural. Esos requiebros sirven sólo para divertir al vulgo
incapaz de escoger un alimento más sustancia y fino, como Afer lo demuestra
claramente el Tácito.
GADOTTI, Moacir. Historia de las ideas pedagógicas. Siglo
XXI.
ANÁLISIS Y REFLEXIÓN
Haga una disertación sobre las
ideas de Montaigne, enfocando principalmente:
·
La importancia de la educación individual;
·
La autoridad del preceptor:
·
El objetivo del estudio
·
La utilidad de la presencia de los padres en la educación
de los hijos;
·
La importancia del estudio de la filosofía para
el joven
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