En una sociedad en la que la
limitada búsqueda del interés propio material es la norma, un cambio hacia una
orientación ética es más radical de lo que mucha gente cree. En comparación con
las necesidades de la gente que muere de hambre en Somalia, el deseo de catar
los vinos de Francia palidece hasta la insignificancia. Juzgado a la vista de
los sufrimientos de conejos inmovilizados sobre cuyos ojos se derrama champú,
un champú mejor se convierte en un objetivo indigno. La preservación de los
antiguos bosques debería tener prioridad sobre nuestro deseo de utilizar
toallas de papel desechables. Un enfoque ético de la vida no nos prohíbe
divertirnos o disfrutar de la comida y el vino, pero cambia nuestra idea de las
prioridades. El esfuerzo y el gasto empleados en comprar ropas de moda, la
interminable búsqueda de placeres gastronómicos cada vez más refinados y el
asombroso gasto adicional gracias al cual el mercado de coches de prestigio destaca
por encima del de automóviles para gente que simplemente quiere un medio seguro
de transporte, todo esto resulta desproporcionado para la gente puede
modificar su perspectiva lo suficiente para, al menos durante un tiempo,
apartarse del centro de atención. Si se extiende una conciencia ética más
elevada, ello cambiará profundamente la sociedad en que vivimos.
No cabe esperar que esta
conciencia ética más elevada devenga universal. Siempre habrá gente a la que no
le importe nada ni nadie, ni siquiera su propia persona. Habrá otros, más
numerosos y más calculadores, que se ganen la vida aprovechándose de los demás,
especialmente de los pobres e indefensos. No podemos permitirnos esperar un
futuro día glorioso en el que cada persona vivirá en amorosa paz y armonía
con las demás. De momento, la naturaleza humana no es así, y no hay señal de
que vaya a cambiar en un futuro cercano. Puesto que el razonamiento ético
resultó incapaz de resolver plenamente el conflicto entre el interés personal y
la ética, es improbable que los argumentos éticos persuadan a todas las
personas racionales de que actúen éticamente. Incluso si la razón hubiera
podido llevarnos más allá, todavía tendríamos que afrontar la realidad de un
mundo en el que mucha gente dista de actuar a partir de alguna clase de
razonamiento, incluso de razonamiento crudamente interesado. De modo que,
durante mucho tiempo, el mundo seguirá siendo un lugar duro en el que vivir.
Sin embargo, somos parte de este
mundo, y existe una necesidad desesperada de hacer algo ahora sobre las
condiciones en que vive y muere la gente, y evitar el desastre social y
ecológico. No hay tiempo para dedicar nuestros pensamientos a un lejano futuro
utópico. Actualmente hay demasiados animales humanos y no humanos que sufren,
los bosques desaparecen demasiado rápidamente, el crecimiento demográfico sigue
fuera de control y, si no reducimos rápidamente las emisiones de los gases que
producen el efecto invernadero, sólo en las regiones de los deltas del Nilo y
de Bengala las vidas y hogares de 46 millones de personas están amenazados.
Tampoco podemos esperar que los gobiernos realicen el cambio que hace falta. A
los políticos no les interesa cuestionar los supuestos fundamentales de la
sociedad que les ha elegido como dirigentes. Si el 10 % de la población
adoptara un enfoque ético de la vida y actuara en consecuencia, el cambio sería
más significativo que cualquier cambio de gobierno. Las diferencias entre una
actitud ética hacia la vida y una actitud egoísta son mucho más fundamentales
que las diferencias entre la derecha y la izquierda políticas.
Nosotros tenemos que dar el
primer paso. Debemos recuperar la idea de llevar una vida ética como una
alternativa realista y viable al actual predominio del interés personal
materialista. Si, a lo largo de la siguiente década, surge una nueva generación
con nuevas prioridades, y si esa generación obra bien en todos los sentidos de
la expresión -si su cooperación produjese beneficios recíprocos, si hubiera
plenitud y gozo en sus vidas-, entonces la actitud ética se extenderá, y el
conflicto entre ética e interés personal habrá sido superado, no sólo mediante
razonamientos abstractos, sino adoptando la vida ética como un modo práctico de
vida, y demostrando que funciona, psicológica, social y ecológicamente.
Cualquiera puede formar parte de
los grupos críticos que nos ofrecen una oportunidad de mejorar el mundo antes
de que sea demasiado tarde. Puede usted replantearse sus objetivos, y
preguntarse qué está haciendo con su vida. Si su actual estilo de vida no da la
talla al confrontarlo con una medida imparcial de valor, puede usted cambiarlo.
Eso podría significar dejar su trabajo, vender su casa e ir como voluntario a
la India. No obstante, el compromiso de llevar una vida más ética será
habitualmente el primer paso de una evolución gradual pero de largo alcance en
su estilo de vida y en su modo de pensar sobre su lugar en el mundo. Asumirá
usted nuevas causas, y descubrirá que sus objetivos cambian. Si se involucra
seriamente con su labor, descubrirá que el dinero y la posición ya no le
resultarán tan importantes. Desde su nueva perspectiva, el mundo tendrá un aspecto
diferente y descubrirá muchísimas cosas que vale la pena hacer. No sentirá que
su vida es aburrida o carece de plenitud. Y, aún más importante, sabrá que no
ha vivido y muerto para nada, porque habrá pasado a formar parte de la gran
tradición de aquellos que han reaccionado ante la gran cantidad de dolor y
sufrimiento que hay en el mundo y han intentado convertirlo en un lugar mejor.
SINGER, Peter. Ética para vivir mejor. Barcelona: Ariel.
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