El término “ética” deriva del
griego ethos, que significa “costumbre” y por ello, se ha definido con frecuencia
la ética como la doctrina de las costumbres, sobre todo en las direcciones
empiristas. La distinción aristotélica entre las virtudes éticas, indica
que el término “ético” es tomado primitivamente sólo en un sentido "adjetivo":
se trata de saber si una acción, una cualidad, una "virtud" o un modo
de ser son o no "éticos". Las virtudes éticas son para Aristóteles aquellas
que se desenvuelven en la práctica y que van encaminadas a la consecución de un
fin, en tanto que las dianoéticas son las virtudes propiamente intelectuales. A
las primeras pertenecen las virtudes que sirven para la realización del orden
de la vida del Estado —la justicia, la amistad, el valor, etc.— y tienen su origen
directo en las costumbres y en el hábito, por lo cual pueden llamarse virtudes
de hábito o tendencia. A las segundas, en cambio, pertenecen las virtudes
fundamentales, las que son como los principios de las éticas, las virtudes de
la inteligencia o de la razón: sabiduría y prudencia. En la evolución posterior
del sentido del vocablo, lo ético se ha identificado cada vez más con lo moral,
y la ética ha llegado a significar propiamente la ciencia que se ocupa de los
objetos morales en todas sus formas, la filosofía moral.
Antes de describir los problemas fundamentales
de la ética tal como se presentan al filósofo contemporáneo, nos ocuparemos
brevemente de la historia de la ética y de las posiciones capitales adoptadas a
lo largo de ella. Ante todo, cabe advertir que la historia de la ética como
disciplina filosófica es más limitada en el tiempo y en el material tratado que
la historia de las ideas morales de la humanidad. Esta última historia
comprende el estudio de todas las normas que han regulado la conducta humana
desde los tiempos prehistóricos hasta nuestros días. Este estudio no es sólo
filosófico o histórico-filosófico, sino también social. Por este motivo, la
historia de las ideas morales —o, si se prefiere eliminar el término “historia”,
la descripción de los diversos grupos de ideas morales— es asunto de que se
ocupan disciplinas tales como la sociología y la antropología. Ahora bien, la
existencia de ideas morales y de actitudes morales no implica todavía la
presencia de una particular disciplina filosófica. Así, por ejemplo, pueden
estudiarse las actitudes e ideas morales de diversos pueblos primitivos, o de
los pueblos orienta-les, o de los hebreos, o de los egipcios, etc., sin que el
material resultante deba forzosamente encuadrarse en la historia de la ética.
En nuestra opinión, por consiguiente, solamente hay historia de la ética dentro
del marco de la historia de la filosofía. Aun así, la historia de la ética resulta
a veces de una amplitud considerable, pues se hace difícil con frecuencia
establecer una separación estricta entre los sistemas morales—objeto propio de
la ética— y el con-junto de normas y actitudes de carácter moral predominantes
en una sociedad o en una fase histórica da-das. Con el fin de solucionar este problema,
los historiadores de la ética han limitado su estudio a aquellas ideas de
carácter moral que tienen una base filosófica, es decir, que, en vez de darse
simplemente por supuestas, son examinadas en sus fundamentos; en otros
términos, son filosóficamente justificadas. No importa para el caso que la
justificación de un sistema de ideas morales sea extramoral (por ejemplo, que
se base en una metafísica o en una teología); lo decisivo es que haya una
explicación racional de las ideas o de las normas adoptadas. Por este motivo,
los historiadores de la ética suelen seguirlos mismos procedimientos y
adoptarlas mismas divisiones propuestos por los historiadores de la filosofía.
Ello plantea para la historia de la ética el mismo problema que se plantea a la
historia de la filosofía, a saber, el de averiguar si es justo limitar tal
historia a Occidente y de si no deberían también introducirse capítulos sobre
la ética filosófica de varios pueblos orientales, especialmente de los de la China
y la India, en los que parecen haberse suscitado cuestiones filosóficas análogas
a las que han existido en Occidente y, por consiguiente, problemas éticos
susceptibles de ser descritos e historiados filosóficamente. La respuesta
que damos a esta cuestión es la misma que hemos dado al tratar el problema de
la filosofía, de la historia de la filosofía y de la filosofía oriental. En
efecto, consideramos que aun cuando en otras comunidades distintas de la
occidental se hayan dado ideas morales, y aun importantes sistemas de
ideas morales, la consideración de la ética como disciplina filosófica
especial ha surgido solamente en su madurez dentro del
Occidente, de modo que una historia de la ética filosófica coincide con una
historia de la ética occidental.
De hecho, esta historia comenzó solamente
de un modo formal con Aristóteles, con cuyas ideas sobre la ética y las
virtudes éticas hemos iniciado este artículo. Sin embargo, antes de Aristóteles
se hallan ya precedentes para la constitución de la ética como disciplina
filosófica. Entre los presocráticos, por ejemplo, pueden encontrarse
reflexiones de carácter ético que no están ya ligadas a la aceptación de
ciertas normas sociales vigentes —o a la protesta contra tales normas—, sino
que procuran descubrir las razones por las cuales los hombres tienen que
comportarse de una cierta manera. Podemos citar a este respecto las reflexiones
éticas de Demócrito. Pero sobre todo entran en este capítulo las meditaciones
al respecto de Sócrates y de Platón. Muchos autores consideran a Sócrates como
el fundador de una reflexión ética autónoma, aun reconociendo que la misma no
hubiera sido posible sin el sistema de ideas morales dentro de las cuales vivía
el filósofo y especialmente sin las cuestiones sus-citadas acerca de ellas por
los sofis-tas. En efecto, al considerar el problema ético individual como el
problema central filosófico, Sócrates pareció centrar toda reflexión filosófica
en la ética. En un sentido parecido trabajó Platón en los primeros tiempos,
antes de examinar la idea del Bien a la luz de la teoría de las ideas y, por
consiguiente, antes de subordinar, por así decirlo, la ética a la metafísica.
En cuanto a Aristóteles, no solamente fundó la ética como disciplina
filosófica, sino que, además, planteó la mayor parte de los problemas que luego
ocuparon la atención de los filósofos morales: relación entre las normas y los
bienes; relación entre la ética individual y la social; clasificación y
jerarquía de los bienes; clasificación (precedida por la platónica) de las
virtudes; examen de la relación entre la vida teórica y la vida práctica, etc.
Después de Aristóteles muchas escuelas filosóficas —tales los cínicos,
cirenaicos y en parte estoicos— se ocuparon principalmente de escrutar los fundamentos
de la vida moral desde el punto de vista filosófico. Especial-mente ocupó a los
pensadores post-aristotélicos la magna cuestión de la relación entre la
existencia teórica y la práctica, con frecuente tendencia a establecer —si bien
por consideraciones teóricas— el primado de la última sobre la primera. Común
amuchas escuelas de la época fue —como ocurrió con los estoicos— el intentar
descubrir un fundamento de la ética en la Naturaleza. Por este motivo, muchas
corrientes éticas de la época pueden ser calificadas de naturalistas, si
bien teniendo presente que el término 'naturalismo' no debe entenderse en el
mismo sentido que ha llegado a tener en la época moderna. También fue común a
la mayor parte de tales escuelas el manifestar los dos siguientes rasgos. Primero,
el de considerar la ética como ética de los bienes, es decir, el establecer una
jerarquía de bienes concretos hacia los cuales aspira el hombre y por los
cuales se mide la moralidad de sus actos. Segundo: el buscar la tranquilidad de
ánimo, que según algunos (los estoicos) se halla en la impasibilidad, según
otros (los cínicos) en el desprecio a las convenciones, y según otros (los
epicúreos) en el placer moderado o, mejor dicho, en el equilibrio racional
entre las pasiones y su satisfacción.
El auge del neoplatonismo y la
aparición del cristianismo modificaron sustancialmente muchas de las anteriores
ideas éticas. Por un lado, los neoplatónicos tendieron a edificar la ética al
hilo de la teoría platónica de las ideas, aun cuando es cierto que en algunos
autores —como Plotino— la ética platónica se presenta mezclada con ideas
morales aristotélicas y en particular estoicas. Por otro lado, los pensadores
cristianos tuvieron, cuando menos en los comienzos, una doble actitud frente a
la ética. En un sentido, absorbieron lo ético en lo religioso, y de ello nació
una tendencia a edificar el tipo de ética que luego se ha llamado heterónoma o,
más propiamente, teónoma, es decir, la que fundamenta en Dios los principios de
la moral. En otro sentido, en cambio, aprovecharon muchas de las ideas de la
ética griega —principalmente las platónicas y estoicas—, de tal modo que partes
de la ética tales como la doctrina de las virtudes y su clasificación se
insertaron casi enteramente dentro del cuerpo de la ética cristiana. Muy
corriente fue el adoptar ciertas normas éticas de algunas escuelas (como la
estoica), negando sus fundamentos naturalistas y suprimiendo aquellas porciones
(por ejemplo, la justificación del suicidio) que eran incompatibles con las
ideas morales cristianas. Ahora bien, a medida que se fue acogiendo el pensamiento
griego dentro del cristiano se pusieron de relieve ciertos fundamentos que
resultaron ser comunes a ambos. Entre ellos mencionamos como el principal la clásica
equiparación de lo bueno con lo verdadero, que los filósofos cristianos
desarrollaron en su teoría de los trascendentales. Para con-seguir tal
comunidad de supuestos, fue necesario que los aspectos hedonistas, naturalistas
y autonómicos que caracterizaron a varias escuelas éticas griegas se pusieran
completamente de lado. En tanto que se considerara que el hombre es un ser
peregrino que está en esta tierra con el fin de prepararse para una vida futura
ultra terrena, era natural que la noción de felicidad, tan importante en muchos
éticos griegos, fuera sustituida por otras nociones más adecuadas a la vida
cristiana. Ahora bien, ello no significa que la ética cristiana fuese siempre y
necesariamente una ética de índole ascética. Como en muchas otras cosas, en el
terreno ético el cristianismo ofrece variantes. Los bienes terrenales,
especialmente en la medida en que fueron considerados como otorgados por Dios,
no fueron tampoco eliminados. De ahí la posibilidad de adoptar poco a poco
puntos de vista éticos que durante algún tiempo habían sido considerados como
específicamente griegos y punto menos que incompatibles con una vida cristiana.
Esto explica, entre otras cosas, la creciente introducción de las teorías éticas
aristotélicas en los filósofos escolásticos, al compás de la introducción de la
filosofía general aristotélica que culminó en el siglo XIII. De hecho, en la
última época de la escolástica clásica se llegó a la formulación de una teoría
ética que logró fundir la mayor parte de los principios fundamentales éticos
griegos con las normas cristianas.
La historia de la ética se complica
a partir del Renacimiento. Por un lado, resurgieron muchas tendencias éticas
que, aunque no totalmente abandonadas, habían sido atenuadas considerablemente:
es el caso del estoicismo. Fuertes corrientes neoestóicas se divulgaron durante
los siglos XV, XVI y XVII, alcanzando a filósofos como Descartes y, sobre todo,
Spinoza. Por otro lado, los nuevos problemas presentados al individuo y a la
sociedad a partir especialmente del siglo XVII, los cambios de normas en las
relaciones entre personas y entre naciones, condujeron a reformulaciones
radicales de las teorías éticas. De ello surgieron sistemas diversos que,
aunque apoyándose en nociones tradicionales, aspiraban a cambiar las bases de
la reflexión ético-filosófica. Como ejemplo de ellos mencionamos las teorías
éticas fundadas en el egoísmo (Hobbes), en el realismo político
(maquiavélicos), en el sentimiento moral (Hutcheson y otros autores).
Fundamental para la mayor parte de los pensadores modernos fue la cuestión del
origen de las ideas morales. Algunos las encontraron en ciertas facultades
innatas del hombre, ya sea de carácter intelectual o bien de carácter emotivo; otros
buscaron las bases de la ética en una intuición especial, o en el sentido común,
o en la simpatía, o en la utilidad (individual o social); otros llamaron la
atención sobre el papel que desempeña la sociedad en la formación de los
conceptos éticos; otros, finalmente, insistieron en que el fundamento último de
la ética sigue siendo la creencia religiosa ola dogmática religiosa. Las
cuestiones de la libertad de la voluntad frente al determinismo de la
Naturaleza; de la relación entre la ley moral y la ley de la Naturaleza, y
otras análogas, predominaron durante los siglos XVII y XVIII. Se formaron así
diversas corrientes éticas que han recibido los nombres de naturalismo, egoísmo,
asociacionismo, intuicionismo, etc. Un cambio radical experimentó la ética con
la filosofía de Kant. Según hemos expuesto en varios artículos, Kant rechazó
toda ética de los bienes y procuró en su lugar fundamentar una ética formal,
autónoma y, en cierta medida, penetrada de rigorismo. La meditación de Kant al
respecto influyó grandemente sobre muchas teorías posteriores de la ética. Es
cierto que en el curso del siglo XIX dominaron otras corrientes además de la
kantiana y de la desarrollada por el idealismo alemán (especialmente por Fichte).
Mencionamos entre ellas la prosecución de las corrientes adscritas a la
filosofía del sentido común, la tendencia a examinar las cuestiones éticas
desde el punto de vista psicológico, el desarrollo del utilitarismo, el
intuicionismo inglés, el evolucionismo ético, la tesis de la absoluta
diferencia entre la ética y la religión. El evolucionismo ético en particular
renovó el naturalismo ético agregándole un aspecto dinámico que el antiguo
naturalismo no había conocido. De ello surgieron cambios revolucionarios en las
concepciones éticas que terminaron, como ocurrió con Nietzsche, con esfuerzos
para introducir una inversión completa en todas las tablas de valores.
Consecuencia de ello fue la adopción de puntos de vista axiológicos, que habían
sido poco atendidos por los autores anteriores. Ahora bien, la fundamentación
de la ética en una explícita teoría de los valores—posición defendida por
varias teorías éticas contemporáneas— vino asimismo por otros lados. En efecto,
como reacción contra el formalismo y rigorismo kantianos —interpretados, por lo
demás, demasiado al pie de la letra— autores como Brentano intentaron edificar
una ética que fuese al mismo tiempo material y rigurosa y no dependiese de un
sistema de bienes o arbitrariamente seleccionado, o considerado como
establecido por la sociedad, o estimado como conocido de un modo inmediato y
evidente, o fundado en una heteronomía. Des-de entonces la ética ha entrado en una
fase muy activa de su desarrollo. Y ello de tal modo que se hace difícil
presentar un cuadro de la ética contemporánea desde el punto de vista de las
diversas escuelas, y resulta más plausible dar una breve descripción de los
problemas fundamentales de la ética y de las principales soluciones propuestas
para solucionarlos. Examinaremos cuatro de estos problemas: la esencia de la
ética, su origen, su objeto o fin y el lenguaje ético.
En lo que toca a la cuestión de la
esencia, hay dos concepciones antitéticas, que pueden designarse con el nombre
de ética formal y ética material. Ninguna de ellas aparece, naturalmente, en
toda su pureza y puede decirse, por lo contrario, que toda doctrina ética es un
compuesto de formalismo y "materialismo", los cuales se han mantenido
como constantes a lo largo de toda la historia de las teorías y actitudes
morales. No obstante el predominio del elemento formal en la filosofía práctica
de Kant y del elemento material en casi todos los demás tipos de ética, ha contrapuesto
radicalmente el kantismo al resto de las doctrinas morales y lo ha hecho
aparecer como uno de los primeros intentos, relativamente logrados, para
establecer lo a priori en la moral. Para Kant, en efecto, los principios
éticos superiores, los imperativos, son absolutamente válidos a
priori y tienen con respecto a la experiencia moral la misma función que
las categorías con respecto a la experiencia científica. El resultado de
semejante inversión de las tesis morales conduce, por lo pronto, al trastorno
de todas las teorías existentes con respecto al origen de los principios éticos:
Dios, libertad e inmortalidad no son ya, en efecto, los fundamentos de la razón
práctica, sino sus postulados. De ahí que el formalismo moral kantiano exija,
al propio tiempo, la autonomía ética, el hecho de que la ley moral no sea ajena
a la misma personalidad quela ejecuta. Opuestas a este formalismo se presentan
todas las doctrinas éticas materiales, de las cuales cabe distinguir, como ha
hecho A. Müller, entre la ética de los bienes y la de los valores. La de los
bienes comprende todas las doctrinas que, fundadas en el hedonismo o
consecución de la felicidad, comienzan por plantearse un fin. Según este fin,
la moral se llama utilitaria, perfeccionista, evolucionista, religiosa,
individual, social, etc. Su carácter común es el hecho de que la bondad o
maldad de todo acto dependa de la adecuación o inadecuación con el fin propuesto,
a diferencia del rigorismo kantiano donde las nociones de deber, intención,
buena voluntad y moralidad interna anulan todo posible eudemonismo en la
conducta moral. En una dirección parecida, pero con distintos fundamentos, se
halla la ética de los valores, la cual representa, por un lado, una síntesis
del formalismo y del materialismo y, por otro, una conciliación entre el empirismo
y el apriorismo moral. El mayor sistematizador de este tipo de ética, Max
Scheler, la ha definido, de hecho, como un apriorismo moral material, pues en
él empieza por excluirse todo relativismo, aunque, al mismo tiempo, se
reconoce la imposibilidad de fundar las normas efectivas de la ética en un
imperativo vacío y abstracto. El hecho de que semejante ética se funde en los valores
demuestra ya el "objetivismo" que la guía, sobre todo sise tiene en
cuenta que en la teoría de Scheler el valor moral se halla ausente de la tabla
de valores y, por lo tanto, consiste justamente en la realización de un valor
positivo sin sacrificio de los valores superiores y de completo acuerdo con el carácter
de cada personalidad.
En lo que se refiere al problema del
origen, la discusión ha girado sobre todo en torno al carácter autónomo o
heterónomo de la moral. Para los partidarios del primero, lo que se ha
realizado por una fuerza o coacción externa no es propiamente moral; para los
que admiten el segundo, no hay de hecho posibilidad de acción moral sin esa
fuerza extraña, que puede radicar en la sociedad o, como ocurre en la mayor
parte de los casos, en Dios. A ellas se han sobrepuesto asimismo tendencias conciliadoras
que ven la necesidad de la autonomía del acto moral, pero que niegan que esta
autonomía destruya el fundamento efectivo de las normas morales, pues el origen
del acto puede distinguirse perfectamente de la cuestión del origen de la ley. En
otros sentidos, se han contrapuesto entre sí las tendencias aprioristas y empiristas,
voluntaristas e intelectualistas, que se refieren más bien al origen efectivo
de los preceptos morales en el curso de la historia o en la evolución de la individualidad
humana y que quedan con frecuencia sintetizadas en una concepción
perspectivista en la cual el voluntarismo y el intelectualismo, el innatismo y
el empirismo son concebidos como meros aspectos de la visión de los objetos
morales, de los valores absolutos y eternamente válidos, progresivamente
descubiertos en el curso de la historia. En cuanto al problema de la finalidad,
equivale en parte a la misma cuestión de la esencia de la ética y hace referencia
a las posiciones eudemonistas, hedonistas, utilitaristas, etc., que responden a
la pregunta por la esencia, siempre que ésta sea definida de acuerdo con un
determinado bien.
Finalmente, en lo que respecta al
problema del lenguaje de la ética, se han presentado varias teorías. Las más
importantes han sido elaboradas por autores como C. K. Ogden e I. A. Richards,
J. Dewey, A. J. Ayer, R. B. Perry, Ch. L. Stevenson, R. M. Hare, etc., es
decir, por filósofos que se han ocupado de la significación de las ex-presiones
éticas, o que han analizado la naturaleza de las "reacciones" de un
sujeto ante los imperativos éticos. Una de las doctrinas más difundidas ha sido
la de J. Dewey al distinguir entre términos valorativos (como 'deseado' y
términos descriptivos (como 'deseable'). Los términos éticos pertenecen al
segundo grupo. Ogden y Richards han distinguido entre lenguaje indicativo o
científico, y lenguaje emotivo no científico; el de la ética pertenece a la
segunda serie. El llamado análisis emotivo en la ética ha sido defendido por
Ayer (y Carnap). Consiste en hacer de los juicios valorativos (dentro de los
cuales se hallan los éticos) juicios metafísicos, esto es, no teóricos y no
verificables. Ch. L. Stevenson ha elaborado estas distinciones, pero refinándolas
considerablemente al mostrar que el hecho de que los juicios éticos no sean
indicativos, sino prescriptivos, no significa que tales juicios pertenezcan
pura y simplemente a la "propaganda". Los análisis de Perry están
dentro del marco de una ética normativa, la cual pretende ser a la vez una
ciencia natural. En cuanto a Hare, ha examinado sobre todo los usos de los términos
éticos y axiológicos, mostrando que aun cuando todos ellos están dentro de un
lenguaje prescriptivo, no pueden simplemente confundirse entre imperativos y
juicios de valor, y entre imperativos singulares y universales, o entre juicios
de valor morales y no morales. Lo común en todas estas investigaciones ha sido
el hecho de haberse reconocido que hay un lenguaje propio de la ética, que este
lenguaje es de naturaleza prescriptiva, que se expresa mediante mandatos o
mediante juicios de valor y que no es posible en general un estudio de la ética
sin un previo estudio de su lenguaje.
El “lenguaje de la ética” ha sido
objeto de numerosas investigaciones, especialmente,
aunque no exclusivamente, por parte de filósofos de orientación analítica; algunas de estas investigaciones
han estado ligadas al desarrollo de ciertos
tipos de ética, unido a la formulación de reglas de índole metaética. Común a dichas investigaciones es el estudio del tipo
de términos y, en general, del vocabulario
usado en ética o, más precisamente, en el llamado “lenguaje moral”. Una de las más conocidas tesis es la de G. E.
Moore, el cual pone de relieve que el
término 'bueno' (y también 'malo', si bien Moore se preocupa poco del último)
no es definible mediante otros términos
que puedan declararse sinónimos con él, ya que si tal ocurriera entonces el enunciado 'A
es bueno' sería analítico. Definir
'bueno' mediante otro término supuestamente sinónimo es cometer la “falacia
naturalista”. La palabra 'bueno' no es, en este sentido, un predicado “natural”.
Una concepción que durante un
tiempo alcanzó gran boga es la que llevó a Ogden y Richards a distinguir entre lenguaje
indicativo o declarativo y lenguaje no indicativo
y no declarativo; mediante este último se expresan actitudes y reacciones. Dewey distinguió entre términos
valorativos (como 'deseado') y términos descriptivos (como 'deseable'). Varios
positivistas lógicos pusieron de relieve
que los enunciados en que figuran términos “morales” no son ni tautológicos ni verificables y, por tanto,
carecen propiamente de significación; en todo caso, no pueden forjarse criterios de
significado para tales términos.
Ayer popularizó la idea de que
los juicios morales expresan sentimientos del que los formula. Ch. L. Stevenson indicó que los
juicios morales revelan las actitudes de
los que los formulan con el propósito, además, de influir sobre las actitudes ajenas. R. M. Haré señaló que el lenguaje
moral no es emotivo, ni tampoco indicativo
o informativo, sino prescriptivo.
En el vasto conjunto de la ética
contemporánea, las teorías propuestas corresponden
bastante aproximadamente a los tipos de filosofía, o “doctrina filosófica”, elaborados. De acuerdo con los
estudios del lenguaje moral citados últimamente
se han desarrollado una ética llamada “intuicionista” —que se atribuye a Moore
y que ha sido elaborada por David Ross—, una ética llamada “emotivista” —o “emotivismo”— elaborada
principalmente por Stevenson y una ética
llamada “prescriptivista” —o “prescriptivismo”— principalmente elaborada por Haré.
Se han discutido de nuevo los
méritos y flaquezas del utilitarismo, refinándose
considerablemente las versiones clásicas de esta doctrina. La llamada, más o menos justificadamente, “ética
existencialista” es, en muchos casos,
una negación de que pueda haber una ética; en todo caso, no parece haber posibilidad de formular normas morales “objetivas”
fundadas en Dios, la sociedad, la Naturaleza,
un supuesto reino objetivo de valores o normas, etc., de modo que el único “imperativo” ético posible
parece ser el de que cada cual tiene que
decidir por sí mismo, en vista de su propia, intransferible, situación concreta,
lo que va a hacer y lo que va a ser.
Todas estas formas de teoría
ética —y de “no-teoría ética”— son, por lo común, “individualistas”, posiblemente con excepción
del utilitarismo, lo cual no quiere decir
que no se tengan en cuenta “los otros”, “la sociedad”, etcétera; al fin y al cabo, algunos han insistido en que los juicios
morales tienen por fin influir sobre otros,
o prescribir algo (y esto no es prescribirse a sí mismo únicamente). Sin embargo,
ciertos autores expresan disconformidad ante consideraciones que parecen ser primariamente, si no
exclusivamente, “individuales”, o “individualistas”,
y ponen de relieve la función social de la ética. La llamada “ética marxista”, que por lo demás puede adoptar
numerosas formas, es un ejemplo de dicha disconformidad. Persisten en algunos casos
dimensiones “evolucionistas” y “pragmatistas”
en las teorías éticas, pero menos influyentes de lo que fueron en las primeras décadas de este siglo. Por otro
lado, persiste un tipo de ética llamada “axiológíca”,
desarrollada por Scheler y más recientemente, aunque en distinta dirección, por J. N. Findiay, y que consiste
básicamente en poner de relieve que los
juicios morales son juicios de valor, de modo que no puede desarrollarse una teoría ética independientemente de una teoría
axiológica o teorías de los valores.
Ferrater Mora – Dic. de
Filosofía
OTROS ELEMENTOS SOBRE LA ÉTICA
La ética se relaciona con el estudio de la moral y de la acción humana. El concepto proviene del término griego ethikos, que significa “carácter”. Una sentencia ética es una declaración moral que elabora afirmaciones y define lo que es bueno, malo, obligatorio, permitido, etc. en lo referente a una acción o a una decisión.
Por lo tanto, cuando alguien aplica una sentencia ética sobre una persona, está realizando un juicio moral. La ética, pues, estudia la moral y determina cómo deben actuar los miembros de una sociedad. Por lo tanto, se la define como la ciencia del comportamiento moral.
Claro que la ética no es coactiva, ya que no impone castigos legales (sus normas no son leyes). La ética ayuda a la justa aplicación de las normas legales en un Estado de derecho, pero en sí misma no es punitiva desde el punto de vista jurídico, sino que promueve una autorregulación.
La ética puede dividirse en diversas ramas, entre las que se destacan la ética normativa (son las teorías que estudia la axiología moral y la deontología, por ejemplo) y la ética aplicada (se refiere a una parte específica de la realidad, como la bioética y la ética de las profesiones).
La ética según Kant:
En la página de análisis y sinopsis Shvoong explican que: Kant sostiene que no es posible pensar en algo bueno sin restricciones, salvo una buena voluntad. Ella no es buena ni por lo que realiza ni por la búsqueda de un fin, por loable que éste pudiera ser. Es buena en sí misma. “Considerada por sí misma, es, sin comparación, muchísimo más valiosa que todo lo que por medio de ella pudiéramos verificar en provecho” (Kant, Fundamentación). Este concepto de la voluntad buena debe ser obtenido por medio de la razón y supone buscar una voluntad que sea buena en sí misma, no como medio ni con finalidades ulteriores. El concepto de una voluntad buena es posible gracias al concepto del deber. El valor moral estriba en hacer el bien no por inclinación al deber, sino por deber. Cuando una acción se realiza conforme al deber, pero por inclinación a éste y no por el deber mismo, según Kant carece de valor moral, es inmoral. Kant pone como ejemplo un individuo para el cual la vida ha perdido todo atractivo. Si este individuo conserva su vida por miedo a la muerte o por una inclinación a cumplir con el deber, la suya no es una decisión moral.
La Etica Segun Varios Autores. (2010, February 26). BuenasTareas.com. Retrieved from http://www.buenastareas.com/ensayos/La-Etica-Segun-Varios-Autores/139092.html
LA RESPONSABILIDAD ÉTICA PRESUPONE EL LIBRE ALBEDRÍO
EL PROBLEMA ¿El hombre está
éticamente predeterminado, o bien su voluntad es totalmente libre de escoger
entre el bien y el mal? ¿Tiene razón Lutero al sostener la maldad natural del hombre?
LA TESIS En Sobre el libre albedrío, de donde se toman los textos
reproducidos, Erasmo toma posición sobre
la controvertida cuestión teológica de la gracia, es decir, sobre las
condiciones que posibilitan la salvación eterna del alma. Y lo hace enunciando una tesis prudente y alejada de
todo extremismo. Sostiene Erasmo, en
abierta polémica con Lutero, que si el hombre puede pecar debe ser, moralmente libre y por lo tanto debe ser capaz
de ejercer su libertad con libre albedrío.
Pero subraya con firmeza que el hombre no puede salvarse actuando correctamente en su vida terrena; esto es,
contando con sus propias fuerzas y sin la
ayuda divina. Admitir este principio supondría negar la propia necesidad de Dios, reduciendo su papel al de simple
ejecutor de decisiones tomadas por otros. En conclusión, la gracia divina es la primera
condición de la salvación; las segundas, la libertad del hombre y sus obras
meritorias.
En respuesta a estas tesis,
Lutero escribió el polémico ensayo Del albedrío siervo. Quedémonos con la solución del medio: existen
buenas obras, aunque imperfectas, de las
que el hombre puede valerse sin caer en la soberbia; existe cierto mérito, pero es preciso reconocer que
la conquista de todo logro se debe a
Dios. Quien haciendo examen de conciencia sepa reconocer cuántas debilidades, vicios y delitos hay en la vida de los
mortales, estará presto a renunciar a cualquier
pretensión de arrogancia. Pero por justo que sea hacerlo, no llegaremos a decir
que el hombre no es más que un cúmulo de
pecados, puesto que Cristo nos habla de un nuevo nacimiento y Pablo de una nueva criatura.
Pero, ¿por qué guardar espacio al
libre albedrío? Para poder acusar justamente a las maldades que se ocultan voluntariamente de
la gracia divina, para evitar a Dios toda
calumniosa acusación de crueldad o de injusticia, para alejar de nosotros la
desesperación o la presunción, para que todos nos empeñemos en tenerlo.
Éstas son las razones que han
llevado a los grandes autores -a admitir la existencia del libre albedrío. Pero
esa facultad sería ineficaz de no contar con la ayuda incesante de la gracia de
Dios, lo que precisamente nos ahorra toda forma de orgullo.
Y me podríais preguntar, ¿cuál es
la utilidad del libre albedrío, si nada puede hacer por sí mismo? Y yo
responderé con otra pregunta: ¿de qué serviría el hombre si Dios lo modelase
como el alfarero la arcilla, o si Dios lo manejase como si de una piedrecilla
se tratara?
Atlas Universal de
Filosofía. Ed. Océano
No hay comentarios:
Publicar un comentario